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Actualizado: 28 de junio de 2025
A las primeras palabras que le murmuró Simoun, cuando le dijo su verdadero nombre, el anciano sacerdote se echó para atrás y le miró con terror. El enfermo se sonrió amargamente. Cogido de sorpresa, el hombre no fué dueño de sí mismo, pero pronto se dominó y cubriéndose la cara con el pañuelo, volvió á inclinarse y á prestar atencion.
Por eso, sin duda, ha dirigido al citado joven una mirada piadosa a través de su cristal. Entonces el joven, lentamente, se ha llevado la mano al pecho, ha cogido otro monóculo, se lo ha puesto y ha mirado a Orsi con cierta conmiseración altiva. Orsi, claro está, se ha quedado inmóvil, estupefacto, asombrado.
Muchas mugeres he cogido en mis correrías, pero á ninguna conservo; quando son bonitas, las vendo caras, sin informarme de lo que son, porque nadie compra la dignidad, y para una reyna fea no se encuentra despacho. Posible es que haya yo vendido á la reyna Astarte, y posible es que haya muerto; poco me importa, y me parece que tampoco debe de importaros mucho á vos.
Una sonrisa irónica, amarga y triunfal al mismo tiempo, dilató el rostro anguloso de Ramoncito. Había cogido a su enemigo en la trampa. Ha de saberse que pocos días antes averiguó casualmente, por medio de un académico de la lengua, que no se decía azararse, sino azorarse.
Pero por la mañana, después de tan fieras batallas, estaba tan cansado que, para recobrar las fuerzas, tenía que quedarse en la cama un par de horas más. Naturalmente, yo también he recibido algunos golpes le confesaba francamente al doctor Chevirev . Un diablo muy grande ha cogido una viga y me la ha tirado entre las piernas, me ha hecho caer y ha pretendido estrangularme.
¿De qué le sirve á usted coger ese papel? gritó la cantante encolerizada. Si usted la destruye, puedo escribir otra declaración. Por eso voy á tomar mis precauciones en consecuencia. Siéntate á esa mesa. Y mostró á Lea el escritorio del que había cogido el papel. La cantante no contestó, ni se movió siquiera.
Le habían cogido dos barcas cargadas de tabaco. «Pero no divaguemos: al grano. Ya sabes que soy un hombre práctico, un verdadero inglés, enemigo de perder el tiempo.»
Algo iba pescando la infeliz, y hubiera cogido algo más, si no se pareciese por allí un maldito guindilla que la conminó con llevarla a los sótanos de la prevención de la Latina, si no se largaba con viento fresco.
La Esfinge dejó caer de sus manos la media que había cogido para entretenerse mientras hablaba Ángel, y don Santiago, que, aunque, vuelto a su sillón, todavía lanzaba ojeadas al retrato de Luz colocado sobre la mesa, volvió la mirada, mirada de angustia y desconsuelo, hacia su mujer, cuyo rostro daba frío, pero frío de tumbas y de subterráneos.
Leonora, de pie junto a un viejo naranjo, volviendo la espalda a Rafael, buscaba entre las apretadas ramas, empinándose sobre las puntas de los pies, balanceando las arrogantes y graciosas curvas de su robustez esbelta. Mañana me voy dijo el joven con desaliento. Leonora se volvió. Había cogido una naranja y abría su piel con las sonrosadas y largas uñas. ¿Mañana? dijo sonriente.
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