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Actualizado: 12 de junio de 2025
En línea recta se extendía la pequeña pared del convento; y en su extremo una puertecilla estrecha, que servía de ingreso al claustro, estaba completamente obstruida por un regular gentío que hormigueaba allí en formas oscuras y movedizas, acompañadas de un rumor sordo o gruñido chillón, como de plebe menuda que se impacienta. Eran los pobres que esperaban la sopa boba.
Alma vacía de felicidad, llena de dolor; pensamiento enérgico, corazón ardiente, fray Luis de Aliaga había abrazado por desesperación la vida del claustro. El, como nos lo ha dicho en los primeros momentos de dolor por la pérdida de la primera mujer que había amado, creyó que todo lo que podía ligarle en el mundo había concluído.
Una vez, entre los restos que el río arrastraba, creyó ver algo informe y lívido que las ondas empujaban contra los arrecifes y que desaparecía para volver a aparecer hasta que fue abandonado sobre un banco de arena. Impulsado por una vaga pero invencible curiosidad, descendió del claustro, atravesó la iglesia, y cuando hubo llegado al pie de sus muros, reconoció el objeto que le había atraído.
Chicuelos semejantes al Gabriel de otros tiempos corrían jugando por las cuatro galerías o se sentaban encogidos en la parte del claustro bañada por los primeros rayos del sol. Mujeres que le recordaban a su madre sacudían sobre el jardín las mantas de las camas o barrían los rojos ladrillos inmediatos a sus viviendas.
Tal trabajo no podía tomarle su madre. Sólo el P. Jacinto podría persuadir á Clarita á que se retirase al claustro.
Levántate a la altura de tu dignidad, abraza con resignación la vida del claustro, y dentro de algún tiempo te verás libre de ese gran peso. No, no puedo. La vida del claustro me aterra. ¿Sabes por qué? Porque tengo la seguridad de que en el convento he de amarle más, mucho más.
El convento dormía aislado en una tranquilidad de misterio, donde sin duda reinaría perpetuamente aquella Virgen de piedra. Y a la oración, bajo el cielo lívido, un ánima parecía suspirar en cada vibración de la campana, que el eco prolongaba, temblorosamente, a lo largo del claustro.
Inés salía del seno del claustro como yo del montón de muertos de la Moncloa, y al contestar con una sonrisa a mis amorosas quejas, sacaba del sepulcro de la Orden el pie que tan impremeditadamente había metido dentro. Viéndola reír, reíme yo también, y al punto, olvidando la situación, nos hablamos con la confianza de aquellos tiempos en que de nuestras penas hacíamos una sola. ¡Ay, chiquilla!
Pero ¿adónde fue? ¿No la buscaron? Tu hermano se puso perdido. ¡Pobre Esteban! Algunas noches lo sorprendimos en ropas menores en el claustro alto, tieso como un poste, mirando al cielo fijamente con unos ojos que parecían de vidrio. No había que hablarle de buscar a la chica: se enfurecía.
Le expresé la sorpresa que me causaba encontrar al hombre de mundo y viajero, convertido en un monje morador de un claustro, a lo que respetuosamente me respondió en voz baja, pues estábamos dentro de un recinto sagrado: Después le diré a usted todo. No es tan notable ni sorprendente como sin duda le parece a usted.
Palabra del Dia
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