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Actualizado: 12 de junio de 2025


Y la miraba sonriente como si quisiera descubrir un pensamiento de vanidad en aquella frente pura y cándida. ¡Oh! prefiero el viejo claustro y tu amor repuso ella; y como se aproximase a él, su pie tropezó con una piedra verdusca . ¿Qué es eso, amor mío? preguntó el gitano. ¡Una tumba! dijo la joven deteniendo al gitano para que no pisase aquella tierra sagrada, y persignándose.

Con frecuencia paseaba por el claustro esperando una ocasión para hablar con Leocadia, la hermosa hija del sacristán de la Virgen. De los padres no había nada que temer; pero el futuro guerrero tenía cierto respeto a la abuela Tomasa, que veía con malos ojos estas relaciones y amenazaba con hacérselas saber a su tío el cardenal. Gabriel había hablado varias veces con el cadete.

¡Inquisidor general! No si debo alegrarme ó entristecerme. Allá veremos. Entre tanto, y mientras yo estoy fuera del convento, quedáos á la mira. Descuidad. En vos confío. Id, id con Dios y nada temáis. Salió de nuevo el padre Aliaga, atravesó el claustro seguido del gentilhombre, salió del convento, entró en una litera, y aquella litera rodeada de soldados, tomó el camino de palacio.

Y se alejaba de Gabriel, que no podía comprender el verdadero alcance de este desvío de sus discípulos. Muchas veces, al entrar en las habitaciones de la torre para pasar un rato con ellos, cesaban repentinamente en la conversación y le miraban con zozobra, temiendo, sin duda, que pudiera escuchar sus palabras. Don Martín hacía muchos días que no se presentaba en el claustro.

Y añadió, dirigiéndose a su hermano: ¿Sabes quién es éste...? ¿No? Pues el hijo de nuestro pobre hermano, que Dios tenga en su gloria. Vive en las habitaciones altas del claustro con su madre, que lava la ropa de coro de los señores canónigos y riza unas sobrepellices que da gozo verlas.... Tomás, muchacho, saluda al señor.

El mismo estilo gótico de estos tiempos se muestra en visible decadencia, comparado con el sistema imponente, augusto, sacerdotal y solemne de la época de S. Luis y S. Fernando, y hasta la gala y riqueza de que aparece sobrecargado es seguro indicio de que el antes sencillo y grave hijo del claustro se ha vuelto jactancioso y presumido en el roce de la corte.

Clara, la hermana mayor, es pacífica y callada, y dice que á todo prefiere el silencio del claustro. Eugenia, la menor, es, al contrario, más viva y resuelta, agradándole el trato del mundo, razón suficiente para que su padre se proponga casarla antes.

Lo que en su mente era simultáneo no podrá menos de sucederse en el soliloquio, pero lo que él interiormente se hablaba, carecía de conclusión y de principio y se manifestaba todo a la vez. Desesperado de lograr en el mundo la fortuna que buscaba, Fray Miguel a los treinta y cinco años de su edad se había refugiado en el claustro.

Y como afrentado y sin venganza no quería vivir en el mundo, se decidió a hacer la vida del claustro. Hasta el día en que el insulto hecho a su madre despertó en él de nuevo la ingénita fiereza, fue el más paciente y dulce de los cenobitas.

Buscaba calma y olvido en aquel refugio, y el espíritu de rebelión le había seguido hasta su escondrijo. Recordaba sus propósitos del primer día, cuando se vio solo en el silencioso claustro. Quería ser una piedra más de la catedral, no reflexionar, no sentir, pasar el resto de su existencia agarrado a aquella ruina, con la vida embrionaria del musgo de los contrafuertes.

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