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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Gabriel fue a la emigración: «Era un oficial, y no podía jurar fidelidad a la dinastía intrusa.» Esto lo declaraba con la arrogancia aprendida en aquella caricatura de ejército, que extremaba las ceremonias del antiguo militarismo, y en el cual los andrajosos, con el sable al cinto, se transmitían las órdenes llamándose siempre «caballero oficial». Pero el verdadero motivo de que Luna no volviese a Toledo era que le gustaba seguir la corriente de los hechos, viendo nuevas tierras y cambiando de costumbres.
Era curioso espectáculo, en verdad, el de este matón con una baraja en el bolsillo y un revólver al cinto, enviando delante sí, al través de los espesos bosques, su voz en tiernos lamentos sobre la «Tumba de su Nelly», de una manera que habría arrasado en lágrimas los ojos a más de algún espíritu delicado.
Colgóse al cinto esta poderosa ilustre tizona el joven D. Diego, para cuyas manos era peso exorbitante; mas él, orgulloso de llevarlo, hizo un gesto poco favorable a los propósitos del invasor de España, y se preparó a salir.
Dió con desesperación algunas brazadas más y un grito de júbilo de cuantos estaban en tierra le anunció que había salido de la peligrosa corriente y llegado á un tranquilo remanso allí formado por una proyección del terreno. Momentos después caía en su diestra mano la extremidad del cinto de Gualtero, al que había anudado éste los de algunos otros escuderos.
Martínez, con botas altas, dos revólveres al cinto y su gran sombrero campesino de fieltro adornado con el águila de general, escuchaba á su jefe de Estado Mayor. Todo está listo. Nuestra gente se muestra conforme. Ya se aburría de tanta paz. ¿Qué grito damos? «¡Han violado la Constitución! ¡Abajo el gobierno!» dijo gravemente el caudillo. Eso ya lo hemos gritado, general.
Las atlotas, agarradas del talle o apoyadas unas en los hombros de otras, miraban con virtuosa hostilidad a los mozos, que se pavoneaban en el centro de la plaza, las manos metidas en el cinto, el ancho castoreño echado atrás para dejar al descubierto las rizos de su frente, el cuello envuelto en bordado pañuelo o corbata de cintas, y las alpargatas de inmaculada blancura casi ocultas por la boca del pantalón de pana en forma de pata de elefante.
Mis amigos se hallaban a cincuenta pasos de distancia. Heznar ordenó a un lacayo que le trajese su caballo y despidió al criado dándole una moneda de oro. Yo permanecía inmóvil, sin sospechar cosa alguna. Fingió que iba a montar, pero volviéndose de repente hacia mí, con la mano izquierda en el cinto y tendiéndome la diestra, dijo: Aquí está mi mano.
Pues vamos, es esto: sobran bellacos que han dado en inventar cómo, cuándo y por qué vuesa merced ha recibido dineros y presentes de los conversos, e si agora ven esa joya en su cinto la enseñarán como prueba. Ramiro comprendió.
Silencio ahora, vecinas, porque van á abrir la puerta de la cárcel y ahí viene en persona Madama Ester. La puerta de la cárcel se abrió en efecto, y apareció en primer lugar, á semejanza de una negra sombra que sale á la luz del día, la torva y terrible figura del alguacil de la población, con la espada al cinto y en la mano la vara, símbolo de su empleo.
Así llegó, con paso silencioso, al ángulo del edificio más inmediato á la ventana del dormitorio de Elena. Luego se sentó en el suelo de tablas, encogiéndose para escuchar sin ser vista. Distinguió al poco rato en la obscuridad á Manos Duras, que iba aproximándose á la casa. Vió cómo se quitaba las espuelas, guardándolas en el cinto, y subía cautelosamente los peldaños de la escalinata.
Palabra del Dia
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