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En los puntos de mayor peligro, y donde era preciso estar con el arma en el puño constantemente, nos disputábamos un chorro de agua con atropellada brutalidad: rompíanse los cántaros al choque de veinte manos que los querían coger, caía el agua al suelo, y la tierra, más sedienta aún que los hombres, se la chupaba en un segundo. ¿Por qué sitio pensaban atacarnos los franceses?

Terminaba su agonía con dos o tres hipos del surtidor, a cuyo orificio se asomaba el chorro, sin conseguir lanzarse fuera. No volvería ya el manantial a correr en diez horas lo menos. Disputaban frecuentemente Lucía y Pilar sobre la conclusión del fenómeno, como sobre su comienzo. Ya paró. Va a dormir. Buenas noches, caballero exclamaba Lucía saludándole con la mano. ¡No, mujer, quia!

Las casas medio sepultadas echaban a duras penas por su chimenea, cubierta de finas cremas y cristalinos picachos, un chorro de humo que subía lentamente a manchar el cielo y se resolvía en el pesado gris de la atmósfera como masas de tinta arrojadas en un inmenso mar de almidón.

Y Gallardo respiró al decir esto, como si se librase del peso de un gran miedo. Entraron en la casa de doña Sol. El patio era de estilo árabe, recordando sus arcadas multicolores de fina labor los arcos de herradura de la Alhambra. El chorro de la fuente, en cuyo tazón coleaban peces dorados, cantaba con dulce monotonía en el silencio vespertino.

La propia superiora y una sirviente, la separaron de la bañera. Indudablemente ocurrió, que deseando refrescar el baño, debió abrir por equivocación el grifo del agua caliente, y que aquel ardiente chorro hirió de pronto su pecho y sus manos sin darle tiempo para cerrar la espita.

Gillespie obedeció, é inmediatamente le introdujeron entre los labios una barra de metal ampliamente perforada, de la que surgía un chorro de leche más grueso que el brazo musculoso de cualquiera de aquellos atletas. Gillespie bebió durante mucho tiempo este hilillo de líquido dulzón, algo más claro que la leche de otros países. ¿Quiere usted más? preguntó la traductora . No tema ser importuno.

Y al mismo tiempo, ella, tan grave y silenciosa en visita, hacía fluir de sus labios un chorro constante de palabritas melosas que le adormecían y embriagaban. El fuego, que se adivinaba al través de sus grandes ojos misteriosos y traidores, brotaba ahora con vivas llamaradas.

Se fastidiaba en su aislamiento: sólo tenía un momento alegre cuando se encontraba con él. ¡Cuántas veces sentía el impulso de coger el tren é ir á buscarle en las minas! ¡Pero tenía tantas ocupaciones! ¡Sentía tanto miedo á presentarse en aquel feudo de la montaña, donde todos le pedían algo!... Sólo en Bilbao, condenado á la servidumbre de la riqueza, á vigilar y ordenar la llegada de aquel chorro de dinero que se metía por sus puertas sin desviar su curso, se aburría, falto de deseos y aspiraciones, con el bostezo del que nada espera, que es el más triste de los fastidios.

Cerca de la proa se produjo una columna de humo, de gases en expansión, de vapores amarillentos y fulminantes, subiendo por su centro en forma de abanico un chorro de objetos negros, maderas rotas, pedazos de plancha metálica, cuerdas inflamadas que se disolvían en ceniza. Ulises ya no dudó. Acababan de recibir un torpedazo. Su mirada ansiosa se esparcía sobre las aguas.

Flimnap continuaba dejando correr el chorro de su oratoria didáctica. Explicaba en estos momentos los diversos y brillantes períodos de la literatura nacional, aproximándose con la lentitud de un estratega prudente á la conclusión de que todo lo que habían producido varias generaciones de escritores era simplemente para preparar el advenimiento de Momaren.