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Actualizado: 15 de julio de 2025
La mujer más fea y pobremente vestida del buque... Una especie de institutriz casada con un musiquillo borracho, del que se reían todos, hasta la turba de cómicos que iba con él. En su burla despiadada no perdonó ni al niño: un gordinflón con pelo de cáñamo, el más sucio de toda la chiquillería del buque. Ella esperaba ver a Fernando llevándolo en brazos mientras hacía el amor a la mamá.
Se mostraba contentísima la buena señora e iba diciendo por todas partes: ¿Ya saben ustedes? ¿No lo saben? ¡Estamos muy contentas! Rodolfita está colocado en el bufete del señor don Juan. ¡Ahora sí que se acabaron las penas y las dificultades! ¡Ya el sobrino tiene un buen sueldo, y, si Dios quiere, me quitaré de lidiar con la chiquillería! Pero la enferma veía las cosas de otro modo.
La celeste chiquillería, sin respeto alguno, salta de nube en nube, se entretiene en deshojar sobre la tierra las guirnaldas de flores que han dejado olvidadas las santas. Uno abre el compartimiento de la lluvia y la hace caer sobre el mundo; otro se acerca a la llave de los truenos y la toca: ¡redoble espeluznante que turba el jugueteo y los pone en fuga!
Tía Pepilla no quiso llegar hasta el punto donde los devotos bregaban para abrirse paso, y tomó asiento en el último peldaño de la escalinata. Reían los mozos, charlaban las doncellas, regañaban las viejas, y la chiquillería iba de un lado para otro, con incesante ruido de cascabeles y de pitos de agua que remedaban a maravilla los gorjeos de un coro de alondras.
Lo siento, lo siento mucho; pero, como tú comprenderás, no debo perder la colocación que el pobre don Crisanto me ha buscado. Con lo que gane yo en Santa Clara habrá lo necesario en esta casa para que tía Pepilla no tenga que trabajar en sus flores, ni con la chiquillería. ¡Gracias a Dios!
Todo el día y toda la tarde estuve en compañía de Mary. Por la tarde, después de comer, cuando fuí a casa de Recalde a buscar a mi novia, me encontré con Quenoveva. Le pregunté por su padre, el gran Urbistondo, y por toda la chiquillería, y, aunque ella se oponía y se ruborizaba, la abracé efusivamente. A Mary no le hizo mucha gracia el abrazo que di a su amiga, pero se le pasó pronto el enfado.
No podía mirar sin horror los tabiques de esteras, más propios para atentar a la decencia que para resguardarla, y el vocerío de tanta chiquillería ordinaria le atacaba los nervios. Por las tardes, casi al anochecer, solía bajar a Madrid, para visitar a alguna amiga o dar una vuelta por las tiendas conocidas. En estas había poquísima gente.
Los chicos abrían tamaños ojos para verme, como sorprendidos de la rara dulzura de su maestro. Cerca de la mesa se detuvo don Román, volvióse hacia la chiquillería, y prorrumpió solemnemente, en tono de sermón: Este, éste que ven ustedes, es uno de mis discípulos más queridos. Muchas veces, muchas, os he hablado de él. Es inteligente, bueno, estudioso.... Tomadle por modelo.
Y el viejo se indignaba de veras, como libertino rústico y ducho que adoptaba toda clase de precauciones para no comprometerse en sus debilidades con la chiquillería de los almacenes de naranja. Sentía furor y tal vez envidia al ver aquella pareja sin miedo a la murmuración, inconsciente ante el peligro, burlándose de toda prudencia, ostentando su pasión con la insolencia de la dicha.
La chiquillería del claustro alto, que tanto enfadaba al Vara de plata, sacerdote encargado de la dirección y buen orden de la tribu establecida en los tejados de la catedral, admiraba al pequeño Gabriel como un prodigio. Aún no sabía andar y ya leía de corrido.
Palabra del Dia
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