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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Estuve enamorada de mi confesor cuando hice mi primera comunión...» ¡Yo charlaba y bebía...! A los postres, Chabornac se eclipsó, como quien no hace nada, dejándome con la pilluela.

Mientras así charlaba con todos los que se le acercaban, una mujer rebujada en dominó negro, con máscara del mismo color, no le perdía de vista un momento, situada ahora en un punto, ahora en otro; pero siempre a corta distancia de él. Por los agujeros de la careta se veían dos ojos lucientes y fieros.

¡Dios te lo pague, hijo! replicó la viuda dando un suspiro de cómico agradecimiento. Volvió la tertulia a acomodarse. Los jóvenes casados sentáronse juntos al lado de Mariana. Clementina había dejado aquel sitio y charlaba con Maldonado: el nombre de Pepe Castro sonaba muchas veces en sus labios.

Fernanda charlaba con toda la alegría de su corazón, sin curarse de la timidez de su adorador, al contrario, gozando al ver el empeño pueril con que evitaba el confesar su amor, sabiendo que en cuanto ella diese la señal se entregaría atado de pies y manos. El momento llegó al fin. Un día la hermosa viuda se resolvió a declararse ella. Hablaban del matrimonio; de las segundas nupcias.

Mi amigo don Benito, correctamente vestido, charlaba aquella noche en un rincón del gran comedor de la casa de Montifiori con varios muchachos alegres que comentaban el enlace de Blanca. Lo único que le hace falta al novio, es que Montifiori le consiga un pedacito de cinta para el ojal, como la que él usa decía riendo uno de los jóvenes de la rueda. ¡Eh! no es tan fácil eso... decía otro.

Aquí no estaba á la sazón más que una hermosa mujer que charlaba por los codos y marchaba sin compás, unas veces á brincos y otras arrastrando los pies, bajándose á lo mejor para tomar una piedra y arrojarla al río, ó pegando golpecitos con la sombrilla en las ramas de los árboles. Pronto divisaron la casa solariega de los Estrada encima de la carretera como á unas cien varas.

Una ardilla, desde lo alto del árbol en que tenía su morada, charlaba en són de cólera ó de alegría, porque una ardilla es un animalito tan colérico y caprichoso que es muy difícil saber si está iracundo ó de buen humor, y le arrojó una nuez á la cabeza.

Figúrese usted... un Florián de paja de Italia, adornado de flores del campo y terciopelo negro... Aquí, a un ladito, tiene una aigrette con pie negro colocada así, así... Por detrás velo negro que cae sobre la espalda... Pero piden por él un ojo de la cara». Salieron juntas y entraron en el coche, que esperaba en la puerta del Príncipe. Milagros charlaba sin fatiga.

El agua, sobre todo, fluyendo y charlando hoy como fluía y charlaba en 1558, sin respetar ahora el silencio de muerte que ha sucedido en aquella soledad al antiguo esplendor y movimiento, recordábanos estos hermosos versos con que nuestro inmortal Quevedo acaba un soneto titulado: A Roma sepultada en sus ruinas: «Sólo el Tibre quedó, cuya corriente, Si ciudad la regó, ya sepultura La llora con funesto son doliente. ¡Oh Roma!

Yo charlaba contigo y nunca había estado más alegre y más enamorado que aquella noche. Frente a nosotros había un espejo. Cuando una vez se me ocurre levantar los ojos hacia él, veo allí pintada la imagen del marquesito, que detrás de nosotros, en otro palco, te estaba contemplando a su sabor. lo habías visto y no me decías nada...

Palabra del Dia

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