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Actualizado: 17 de julio de 2025


El abate Constantín, sin embargo, comió con buen apetito, y no retrocedió ante dos o tres copas de champagne. No odiaba la buena mesa. La perfección no pertenece a este mundo, y si la gula es, como lo dicen, un pecado capital, cuántas buenas gentes irían al infierno. El café lo sirvieron sobre el terrado del castillo.

JOAQUÍN. Los langostinos estaban muy buenos; el bistec me ha rejuvenecido. ¡Bendita seas , que siempre tienes ideas grandes! Eso de sorprenderme con dos botellas de Champagne prueba que en ti todo es noble, lo mismo el corazón que la cabeza. Dejaremos una botella para mañana, porque la economía es la primera de las virtudes; no, la segunda, que la primera es cuidarse bien.

Era de esperar: habían civilizado demasiado á su ídolo: lo habían hecho conocer el champagne, le habían arrancado de su barbarie primitiva y al encontrarse con otro de su clase, recién salido de la cantera, forzosamente había de ser el vencido. Todos ellos sentían la necesidad de insultarlo antes de irse. De buena gana hubieran golpeado aquel paquete inerte que sollozaba encogido en la banqueta.

JOAQUÍN. Indudablemente eso está en la sangre. ¡Por vida de...! Si no ganas ese endiablado pleito, no hay justicia en la tierra... ni en el cielo. ¡Ay! Isidora, no por qué el Champagne da a mi alma un vigor que ya no tenía. Ello es que siento deseos de echarme a pensar cosas agradables. JOAQUÍN. Ganarás el pleito... Yo me casaré contigo...

En efecto, la inteligencia del joven marqués no era muy despierta y sólo poseía los escasísimos conocimientos que le había introducido casi a la fuerza un abate francés que le sirviera de ayo hasta hacía poco tiempo. Pero se le perdonaba de buen grado esta limitación en gracia de su sencillez y natural afectuoso. Así que bebió la copa de champagne se puso a narrar incidentes de caza.

Detonaciones de botellas de champagne, chocar de copas, risas, humo de cigarro y cierto olor particular á casa de chino, mezcla de pebete, opio y frutas conservadas, completaban el conjunto.

Paladeaba las nimiedades del amor, que turbaban dulcemente la vulgaridad monótona de su vida. Las cartas de sobra prolongado y escritura femenil le salían al encuentro en la mesa de su despacho, entre la correspondencia comercial, con un perfume de alcoba pecadora que estremecía su carne y parecía traerle una ráfaga cargada de taponazos de champagne y música chillona de café concierto.

Pero al cabo fué pareciéndole pesada, y entre bromas y veras concluyó por decirle: Basta, Pepe; no abuses del físico. A los postres, el mozo les dijo que un señorito que cenaba en un gabinete próximo con una señora, bebía una copa de champagne a su salud. ¿Quién es ese señorito? ¿Le conoces? El mozo sonrió discretamente. Me ha prohibido decir su nombre. ¿Es un amigo? , señor conde: es un amigo.

Agradezco el deseo que usted muestra y la esperanza que me infunde de que no sea a muerte nuestro duelo y de que a las doce de esta noche, que es la de San Silvestre, bebamos un vaso de Champagne para celebrar nuestra reconciliación y la entrada del nuevo año.

Maugirón, aquí te cojo, exclamó Frecourt; ahora eres el que canta. Una multa; que traigan champagne... ¡Qué herejías dicen estos músicos! ¡Champagne! Yo que pido limonada. Vais á probar un Château Lafite como no se bebe en ninguna parte. Yo se lo he proporcionado al círculo, porque habéis de saber que el encargado de los vinos no sabe de eso ni jota.

Palabra del Dia

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