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Actualizado: 28 de junio de 2025
Mostraba hacia ella una admiración caballeresca y un interés paternal que se traducían en atenciones delicadas para los que ella quería, como ramos de flores para adornar la modesta tumba de la de Raynal iguales a los del suntuoso mausoleo de la condesa de Candore, y cestas de frutas para Carlos, que comía a boca llena los aterciopelados melocotones de las estufas del castillo.
Las cestas se abrieron y Celipín oyó estas palabras: Celipín, esta noche sí que te traigo un buen regalo; mira. Celipín no podía distinguir nada; pero alargando su mano tomó de la de María dos duros como dos soles, de cuya autenticidad se cercioró por el tacto, ya que por la vista difícilmente podía hacerlo, quedándose pasmado y mudo.
Viose cubierto de riquísimos paños, con las manos aprisionadas en guantes olorosos y arrastrado en coche, del cual tiraban cisnes, que no caballos, y llamado por reyes o solicitado de reinas, por honestas damas requerido, alabado de magnates y llevado en triunfo por los pueblos todos de la tierra. Entre dos cestas La Nela cerró sus conchas para estar más sola.
Se abrían las ventanas de las casas vecinas al río; pasaban por el puente los carros cargados de vituallas para el mercado y las filas de hortelanas con grandes cestas en la cabeza. Toda aquella gente miraba con interés al diputado. Vendría de pasar la noche pescando. Se lo decían unos a otros, a pesar de que en la barca no se veía ningún útil de pesca.
Allí permanecía confundido en el grupo de curiosos que atisbaban las caras hermosas, y lo mismo abrían paso a las señoritas que volvían de misa con el devocionario en la mano, que echaban piropos a las criadas emperejiladas, que, doblándose al peso de las cestas, metíanse entre la varonil barrera para comprar un mazo de flores. ¡Qué bien se estaba allí!
Tres días más estuvo la Nela fugitiva, vagando por los alrededores de las minas, siguiendo el curso del río por sus escabrosas riberas o internándose en el sosegado apartamiento del bosque de Saldeoro. Las noches pasábalas entre sus cestas sin dormir. Una noche dijo tímidamente a su compañero de vivienda: ¿Cuándo, Celipín? Y Celipín contestó con la gravedad de un expedicionario formal: Mañana.
Su profesión de espía perpetuo, es quizá lo que le hace tan callado y taciturno. Sin embargo, mientras el carretón lleno de escopetas y de cestas camina delante de nosotros, el Rondador nos entera de la caza, refiriéndonos el número de bandadas de paso y los cuarteles en que las aves emigrantes se han posado. Charlando nos internamos en la comarca.
El Tritón iba enumerando á su sobrino las categorías y especialidades de los buques. Y al convencerse de que Ulises era capaz de confundir un bergantín con una fragata, rugía escandalizado: Entonces, ¿qué diablos os enseñan en el colegio?... Al pasar junto á los burgueses de Valencia sentados en los muelles caña en mano, lanzaba una mirada de conmiseración al fondo de sus cestas vacías.
Cesó al cabo la gresca por la misma razón que había empezado, esto es, por ninguna. Quedaron algunas mesas de dulces por el suelo y no pocas cestas de fruta volcadas. Los heridos se fueron á lavar al río, que estaba cerca. La danza siguió dando vueltas en torno del gran nogal. Á la condesa también le vino en apetencia el entrar en ella.
¡Qué poco se necesita para la felicidad, y cómo casi nunca llega ese poco...! dice para sí la hermana de los Dolores, sin referirse, claro está, a la harina, el azúcar ni los huevos, puesto que no había parado atención en la réplica del francés, sino que estaba abstraída en sus pensamientos. Saliendo de sí, añade: que dejen aquí estas cestas. Ya pasarán a recogerlas.
Palabra del Dia
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