United States or Guatemala ? Vote for the TOP Country of the Week !


La gente menuda hablaba maravillas del noble edificio y de sus riquezas. Una vez por año se cerraban sus puertas un día entero, y los viejos servidores de los Vargas, esclavos y libertos, todos gentes de confianza, tendían cueros en el patio principal, vaciando sobre ellos enormes sacos de monedas.

La muchedumbre, que discurría con estrépito por el vasto prado; el manso río, que atravesaba el valle sin prisa de llegar á su destino, como un viajero que admira la amenidad del sitio; el césped florido, donde los pies se hundían con deleite; los árboles, y las imponentes montañas, que cerraban á corta distancia el horizonte, todo estaba allí colocado por Dios con el objeto exclusivo de ver á Laura.

Sentía Julián cosquilleo y agujetas en los muslos, frío en los huesos y pesadez en la cabeza. Dos o tres veces miró hacia su cama, y otras tantas el recuerdo de la pobrecita, que sufría allá abajo, le detuvo. Dábale vergüenza ceder a la tentación. Mas sus ojos se cerraban, su cabeza, ebria de sueño, caía sobre el pecho. Se tendió vestido, prometiéndose despabilarse al punto.

Vio el mocetón cómo se le llevaban a empujones a un naranjal inmediato, y salió corriendo camino abajo por entre aquellas parejas, que cerraban la retirada a la tartana. No corrió mucho. Montado en su jaco encontró a uno de los alcaldes que habían estado en la fiesta... ¡Don José! ¿Dónde estaba don José?

Los conventos cerraban las puertas a toda novicia procedente de «la calle». Las hijas de los chuetas se casaban en la Península con hombres notables o de gran fortuna, pero en la isla apenas encontraban quien aceptase su mano y sus riquezas.

Yo todavía me estaba debajo de la cama quejándome como perro cogido entre puertas, tan encogido que parecía galgo con calambre. Hicieron los otros que cerraban la puerta, y yo entonces salí de donde estaba y subíme a mi cama, preguntando si acaso les habían hecho mal. Todos se quejaban de muerte.

Tras larga carrera llegamos por fin a Estrelsau, entre ocho y nueve de la mañana. Todas las puertas de la ciudad estaban abiertas como de ordinario, excepto cuando las cerraban el capricho o las intrigas del Duque. Entramos en la capital siguiendo el mismo camino que habíamos recorrido la noche anterior, pero rendidos de cansancio, tanto jinetes como caballos.

Me acuerdo... tenías que hablarme... Habla cuanto quieras. Estaba tan borracho, que se le cerraban los ojos y su voz gangueaba como la de un viejo. Fermín miró al Chivo que, como de costumbre, se había sentado al lado de su protector. Tengo que hablarte, Luis, pero es de algo muy delicado... Sin testigos. ¿Lo dices por el Chivo? exclamó Dupont abriendo los ojos.

Hombres y peces carnívoros caían sobre ellos abriendo anchos surcos de destrucción. Pero las brechas se cerraban instantáneamente, y el banco viviente seguía su camino cada vez más denso, como si desafiase á la muerte. Cuantos más destruían los enemigos, más numerosos eran. Las columnas en marcha, espesas y profundas, copulaban y se reproducían sin detenerse.

La sacaba del salón, la llevaba á la catedral y la encerraba en un confesonario: luego se marchaba, y las puertas del templo se cerraban. ¡Qué angustia! ¡qué desesperación!... Pero á fuerza de golpes lograba romper la puerta, y sin saber cómo se encontraba en medio del campo... Un golpe de gente venía hacia ella gritando: «¡Huye, Demetria, huye! ¡Ahí viene! ¡ahí viene! ¿Quién viene? preguntaba ella. ¡Un lobo! ¡un lobo que está rabioso!» Y ella se daba á correr; pero no podía: las piernas le pesaban como si fuesen de plomo: los demás corrían y ella no podía seguirles.