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Actualizado: 13 de junio de 2025


Mientras D. Facundo interrogaba al mayor con extremada habilidad para enterarse pronto de lo que necesitaba saber, Miguel hablaba con el chiquitín. ¿No os habrán dado hoy de cenar? No dijo el niño moviendo la cabeza a un lado y a otro. ¿Y habéis comido por la mañana? . ¿Y qué habéis comido? Lentejas y pan. ¿No habéis comido nada desde entonces? Un poco de pan que me dio Pepe. ¿Quién es Pepe?

Después de los salones y del teatro, al Club, otra vez indefectiblemente: a cenar, si había ganas, o a tomar un piscolabis, si no las había, y a «cambiar sus impresiones», que no faltaría con quién.

La sonda de este dia en las playas, de mas de á seis cuartas, y lo demas de tres varas: y habiendo parado de noche junto á unos sauces al lado del S, cenar á mis cuatro convidados, y habiendo llovido esta noche, se valieron de la obscuridad para robarme mis gergas, unos calzones de un peon y otras cosas.

Cerca de ella estaba el caballero que iba a ser su esposo. Entregado a tales fantasías, no advertí que los devotos se habían ido, hasta que el sacristán pasó cerca de , sacudiendo un manojo de llaves. Salí, y a poco estaba yo en la casa de don Román. El anciano se disponía a cenar. ¿Quieres chocolate? No es de lo mejor; pero te le ofrezco de buena voluntad. ¿Recibiste mi esquelita? No.

Volvióse el señor de los Pazos, y se quedó inmóvil, con la escopeta empuñada por el cañón, jadeante, lívido de ira, los labios y las manos agitadas por temblor horrible; y en vez de disculpar su frenesí o de acudir a la víctima, balbució roncamente: ¡Perra..., perra..., condenada..., a ver si nos das pronto de cenar, o te deshago! ¡A levantarse... o te levanto con la escopeta!

La práctica, dixo el oficial, es dar un abrazo al rey, y besarle en ámbas mexillas. Abalanzáronse pues Candido y Cacambo al cuello de Su Magestad, el qual correspondió con la mayor afabilidad, y los convidó cortesmente á cenar.

Cuando llegó el momento de irnos a cenar, preguntó don Pedro Nolasco muy sorprendido: ¿Pero, cómo?... ¿No cenamos aquí? ¡No señor! respondió mi tío empujándonos hacia la puerta. Pero ¿por qué? insistió aquél erguido sobre el fogón.

Ana sonrió y le explicó el instrumento griego a su buen esposo. Chica, eres una erudita. Otra nubecilla pasó por la frente de Ana. El reloj de la catedral, a media legua del Vivero, dio las diez, pausadas, vibrantes, llenando el aire de melancolía. Pues es verdad que se oye dijo Quintanar. Y después de un silencio, comentario de la hora, añadió: ¿Vamos a cenar? ¡A cenar! gritó Ana.

No os podéis imaginar con qué tierna solicitud, con qué piedad respetuosa Germana le obligó a tomar algún dinero y la duquesa le vistió y le peinó para que fuese a cenar fuera de casa. Volvió a las dos de la madrugada. Su mujer y su hija oyeron unos pasos desiguales en el corredor. Pero ni una ni otra abrieron la boca y procuraron hacerse creer mutuamente que dormían.

Tanto hizo Alejandro, que Graciana, después de bailar con él la última galopa con un ímpetu y un entusiasmo indescriptibles, consintió en ir a cenar, no por cierto unas ostras con Sauterne, sino unas suculentas costillas de chancho, apoyadas por una copiosa taza de café con leche, con pan y manteca, que sirvieron para corregir la vacuidad incómoda, que todos los estómagos, ya sean plebeyos o aristocráticos, sienten a las tres de la mañana después de una noche de baile.

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