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Actualizado: 22 de junio de 2025
«Estaba conforme, aquello era una profanación. ¡Qué pesadez la de aquellos doseletes, la de aquellas hornacinas! ¡Vaya si eran pesados! Como que el Infanzón temía que se le cayeran encima; porque se meneaban, sin duda. Pero ¡buen Dios! añadía para sus adentros; si el género plateresco es cargante y pesadísimo ¿dónde habrá cosa más plateresca que este señor don Saturnino?».
Si los hombres reflectaran un poco sobre lo que les sucede en la eleccion de estos falsos bienes, no cayeran tan facilmente en los engaños que los precipitan. Para entender esto con mayor facilidad se ha de presuponer, que todos los hombres tienen natural, é innata inclinacion, ó apetito de su felicidad, y de su bien.
El látigo chasqueó y nos pusimos en marcha, pero cuando llegamos al camino real, la diestra mano de Yuba-Bill hizo que los seis caballos cayeran sobre sus patas traseras y la diligencia se paró bruscamente: allí, en una pequeña eminencia junto al camino, estaba Magdalena, flotante el cabello, centelleantes los ojos, ondeando el pañuelo y entreabiertos sus labios por un último adiós.
La excelentísima señora doña Rufina de Robledo, marquesa de Vegallana, se levantaba a las doce, almorzaba, y hasta la hora de comer leía novelas o hacía crochet, sentada o echada en algún mueble del gabinete. La gran chimenea tenía lumbre desde Octubre hasta Mayo. De noche iba al teatro doña Rufina siempre que había función, aunque nevase o cayeran rayos; para eso tenía carruajes.
El calor era insoportable; La Guayra semeja una marmita dentro de la cual cayeran, derretidos, los rayos del sol. Nos sofocábamos materialmente dentro de aquel infame hotel Neptuno, en el que, en época no lejana, debía pasar tan atroces tormentos.
Allí inventé un cañón que no llegó a dispararse, porque todo Londres, incluso la Corte y los Ministros, vinieron a suplicarme que no hiciera la prueba por temor a que del estremecimiento cayeran al suelo muchas casas. ¿De modo que tan gran pieza ha quedado relegada al olvido? Quiso comprarla el Emperador de Rusia; pero no fue posible moverla del sitio en que estaba.
Había llegado la hora de destruir, de ayudar al incendio, y los organizadores de la falla con pesados puntales, golpeaban el armazón de los bastidores o daban tremendos palos a los ardientes monigotes para que cayeran en el rojo cráter.
Daba lástima pensar que las espléndidas colecciones de pinturas pertenecientes a Burton Blair, todas ellas obras notables de los maestros antiguos, las hermosas tapicerías que hacía pocos años había comprado en España y la incomparable colección de mayólicas, cayeran bajo el martillo de un rematador.
Nosotros creíamos que sí, a menos que Castaños no aguardase para atacar enérgicamente a que la primera y segunda división cayeran sobre la espalda del ejército de Dupont, bajando desde Bailén. ¿Era éste el objeto que nos guiaba en nuestra marcha? Parecíanos que sí.
Palabra del Dia
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