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Actualizado: 23 de junio de 2025


Nos lo hemos jurado muchas veces. ¿Por qué se empeña en separarnos?... La mano del gigante volvió á repelerle, mientras dos lágrimas se desplomaban de los ojos de Gillespie, cayendo en el interior de la cajita. Cerró lentamente la tapa, volviendo con una presión de sus dedos á hacer penetrar las tachuelas en sus antiguos orificios.

Me dolería en extremo quedarme entre los individuos de la humanidad decaída: y también me dolería, porque soy filantrópico, cariñoso y bueno, aunque me esté mal el decirlo, encumbrarme y darme tono entre los seres superhumanos, dejando a tanto cuitadillo prójimo mío cayendo lastimosamente y degenerando hacia la animalidad primitiva.

¿Qué manda Vd., señor? contestó un hombre que se hallaba cavando un cuadro de tierra cerca del pabellón. Anda, hombre, anda por el postigo de la tapia a ver lo que sucede en la calle. Atanasio corrió hacia el sitio indicado, pero al abrir la pequeña puerta que daba paso a la calle, retrocedió, cayendo de espaldas contra la tapia.

Currita metió dentro la mano y encontró en el fondo un ramo marchito de aquellas fragantes flores; miró algún tiempo con cierta extrañeza, como quien pretende recordar algo, y exclamó al fin, cayendo en la cuenta: ¡Ya! Y de repente, poniéndose muy seria con la enfurruñada cara de quien se teme un chasco pesado, murmuró muy enfadada: ¡Pues tendría que ver!... ¡Estaría bonito!...

Por fin, hizo un último esfuerzo, rompió las tenazas, y Marta sintió con terror inexplicable que tenía sangre en las manos. Recogió los pedazos del instrumento roto y corrió a su cuarto, cayendo sin conocimiento en una silla. Volvió en largo rato después.

Tuvo feliz despacho con tan poderoso intercesor su súplica, porque cayendo luego enfermo, le dieron, por descuido del enfermero, un remedio recetado para otros, el cual le redujo á los últimos períodos de la vida.

Y luego, de repente, como cayendo en la cuenta: ¡Ay, por Dios, dispénseme!... ¿No conocía usted a Martínez?... Martínez..., el señor Fernández Gallego, ministro de Gracia y Justicia... Mi buen amigo, don Juan Antonio Martínez...

Pero nadie se acercaba tampoco. Los habitantes de la villa estaban todos recogidos en los cafés y teatros, o bien en sus hogares haciendo bailar a sus hijos sobre las rodillas al amor de la lumbre. Seguía cayendo la nieve pausada y copiosamente, decidida a prestar asunto al día siguiente a todos los revisteros de periódicos para encantar a sus aficionados con una docena de frases delicadas.

Viéndola obstinada en cerrarme el paso, trepé sobre el bosque y la acompañé algún tiempo así con riesgo constante de romperme la cabeza contra los árboles, y llegado el momento oportuno de cerrarle el paso, franqueé de un salto el declive y cayendo en lo hondo del camino detuve mi caballo y lo cuarteé.

Ni quiero llantos que me quitan a el sueño. Cuando lloras sin saber por qué, hija mía, me entra una comezón, un miedo supersticioso.... Se me figura que anuncias una desgracia. Ana tembló, como sintiendo escalofríos. ¿Ves? tiemblas; a la cama, a la cama, ángel mío; todos a la cama; yo me estoy cayendo.

Palabra del Dia

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