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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Sabido es que bajo las arenas que artificiosamente cubrían el pavimento de la vía, el suelo estaba erizado de clavos y picos de hierro, de tal modo que la caballería iba tropezando y cayendo conforme entraba para no levantarse más.

Sus copas, agitadas durante tantos años por el viento Sur, están algo calvas; sus ramas inferiores, especialmente las de las encinas de en medio del grupo, se ennegrecen y secan; cuelgan de ellas en su extremo un manojito de hojas amarillentas que van cayendo poco a poco con las ráfagas del viento equinoccial, produciendo un ruido seco y repentino, que hace huir y chillar de espanto a los grajos y los mirlos.

Bajo la lámpara eléctrica estaba ella, una Freya distinta á la que había visto siempre, con los cabellos opulentos cayendo en sierpes sobre sus hombros, completamente desnuda en el interior de una túnica asiática que la envolvía como una nube. No era el kimono japonés vulgarizado por el comercio. Consistía en una pieza de tela indostánica bordada de fantásticas flores y plegada caprichosamente.

Estaba pasando un purgatorio y aquello era ya el colmo. «Los otros en el bosque... y el cielo cayendo a cántaros sobre ellos.... ¡A qué cosas no estaría obligando la galantería de don Álvaro en aquel momento!». Es preciso ir a buscarlos decía el gobernador. Hay que llevarles paraguas... Y el caso es que la Marquesa está sitiada por el chubasco allá abajo y no puede disponer....

Pasaban ante el luminoso redondel como una nube de proyectiles negros. Al agotarse la provisión, los comisionistas musculosos y los pastores de las praderas cogieron las sillas y las mesas de la cubierta, y todo comenzó a pasar sobre la borda, cayendo en el agua con ruidoso chapoteo.

Roger creyó hallarse en presencia de un par de duendes y aun procuró recordar la fórmula del exorcismo; pero los dos desconocidos prorrumpieron en grandes carcajadas al ver el espanto y la sorpresa reflejados en su semblante. Uno de ellos dió un salto y cayendo sobre las manos comenzó á andar con ellas, dando zapatetas en el aire. El otro preguntó: ¿No habéis visto nunca juglares?

La noche era buena; noche de verano, con estrellas a granel y un vientecillo fresco algo irregular, que tan pronto hinchaba la gran vela latina, hasta hacer gemir el mástil, como cesaba de soplar, cayendo desmayada la inmensa lona con ruidoso aleteo.

Una joven había saltado por la ventana del convento, cayendo sobre unas piedras y matándose. Casi al mismo tiempo, otra mujer salía por la puerta y recorría las calles gritando y chillando como una loca. Los prudentes vecinos no se atrevían á pronunciar los nombres y muchas madres pellizcaron á sus hijas por dejar escapar palabras que podían comprometer.

428 Y las aguas serenitas bebe el pingo trago a trago, mientras sin ningún halago pasa uno hasta sin comer, por pensar en su mujer, en sus hijos y en su pago. 429 Recordarán que con Cruz para el desierto tiramos en la pampa nos entramos, cayendo, por fin del viaje, a unos toldos de salvajes, los primeros que encontramos.

Por la mente de Amaury cruzó una idea espantosa y cayendo a los pies de Magdalena rodeóle la cintura con su brazo, le arrancó el pañuelo de la boca y examinándolo pudo observar en medio de la semioscuridad que tenía algunas manchas de sangre.

Palabra del Dia

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