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Actualizado: 13 de junio de 2025
Bufaba la insigne comadrona y resoplaba, ahogándose a pesar del ningún calor y de la mucha y glacial humedad de la atmósfera; cuando penetró en la casucha, revolviose en ella como un monstruo marino en la angosta tinaja en que el domador lo enseña.
Don Luis, un momento... Era el Barbas, que había abandonado su inmovilidad de fakir para detener al doctor. ¿Qué hay, compañero? Usted, que es bueno, quiero que se entere, ya que sube por aquí, de lo que hacen esos ladrones. Y le mostraba con gesto trágico su casucha. Como Aresti no parecía comprenderse, el Barbas le mostró la parte superior de su barraca falta de techumbre.
La presencia de Maltrana y Feli en este barrio, donde no existían otros payos que los mendigos y los quincalleros de las ferias, causó cierta emoción en la gitanería. Vivía la pareja fuera del callejón, en los altos de una casucha aislada, cuyo piso bajo estaba ocupado por una tienda de comestibles. Feli, en los primeros días, había sentido gran repugnancia por su nuevo alojamiento.
Al fin, un día nos dió una orden á gritos: «¡Ofrézcanles un millón, y acabemos!...» Imagínese, profesor, ¡más de dos mil francos por metro! ¡como en el centro de las grandes capitales!... Subimos á su casucha. Ni pestañearon al oir la cifra. La vieja, que era la más inteligente, dejó que el apoderado y el notario de Su Alteza le explicasen lo que era un millón.
¡Compañero! ¿y yo? dijo el doctor. ¿Qué vas á hacer de mí? Usted es un guasón que se ríe de la vida... pero entre burlas y veras hace bien á los pobres y vive cerca de su miseria. Usted es casi de los nuestros. Gracias, compañero Barbas. Y dando á entender al solitario con un gesto que volvería para hablar con él, subió los peldaños de una casucha en cuya puerta le esperaba impaciente el pinche.
Pero este remordimiento desvanecíase al examinar la cama otra vez, fijándose especialmente en el colchón de muelles. ¡Ella, que no había conocido otro lecho que un jergón sobre tablones en la casucha del Mosco! ¡El, que durante años aguardaba a que le dejasen libre el camastro para descansar sus huesos!...
Temía las visitas de éstos, y aun a los más íntimos les daba cita en el salón del Ateneo llamado de la «Cacharrería». Feli, por su parte, también experimentaba los beneficiosos efectos de la nueva existencia. Mostrábase alegre; sólo de tarde en tarde pasaba una nube por sus ojos, acordándose del Mosco. ¡Qué haría su padre en la casucha de las Carolinas! ¡Qué diría de ella!...
La madre había sido una española de Amalfi, que el escudero robó una noche, hiriendo al padre y matando a un hermano, y que, descubierta dos años después, prefirió dejarse ultimar en el tormento antes que denunciarle. Componían la covacha dos habitaciones con un jardincillo, en el fondo de una casucha, detrás de San Pedro.
El señor Manolo se presentó varias veces en la casa para dar cuenta a los dos jóvenes de la exigua herencia del Mosco. Iba vendiendo a las gentes de Tetuán los famosos perros del dañador, sus enseres de caza, todo lo que contenía la casucha de las Carolinas. Llegó a reunir así unos sesenta duros, que entregó a Feli, guardándolos ésta sin decir nada a Isidro. Bien necesitaban el dinero.
Díjole su compañera de parroquia que había trasladado su domicilio al Puente, por no poderse arreglar en el riñón de Madrid con la carestía de los alquileres y la mezquindad del fruto de la limosna. En una casucha junto al río le daban hospedaje por poco más de nada, y a esta ventaja unía la de ventilarse bien en los paseos que se daba mañana y tarde, del río al punto y del punto al río.
Palabra del Dia
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