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Actualizado: 13 de junio de 2025
Tal fue también la opinión del pueblo, pues al adelantarme aislado por las callejas sombrías y apenas decoradas de la Ciudad Vieja, se oyó primero un murmullo, después una aclamación, y una viejecilla asomada al balcón de una casucha, repitió en alta voz el dicho tradicional y popularísimo: «¡Es rojo, luego es bueno!»
Nadie más que éste hay en diez millas a la redonda de la casucha, y al maldito viejo le consta eso perfectamente.
La bruja, arrugada, de ojillos malignos, que no podía atravesar la plaza del pueblo sin que los muchachos la persiguieran a pedradas, se quedó sola en su casucha de las afueras, ante la cual no pasaba nadie por la noche sin hacer la señal de la cruz. Pepet sacó a Marieta de aquel antro, satisfecho de tener como suya la mujer más hermosa del distrito. ¡Qué manera de vivir!
Una tarde, al asomar María de la Luz a la puerta de su casa, creyó caer al suelo desvanecida. Le temblaron las piernas, le zumbaron los oídos; toda su sangre pareció afluir a su rostro en ardiente oleada y retirarse después, dejándolo de una palidez verdosa... Rafael estaba allí, envuelto en su manta, como si la esperase. Ella intentó huir, refugiarse en lo más apartado de la casucha.
La campesina, que experimentaba ante las gentes de justicia un miedo supersticioso, amenazó, sin embargo, con un pleito, aunque tuviera que vender su casucha y su campo de la montaña. Hubo que derribar todo el muro y volver á construirlo medio metro más acá. Unos sesenta mil francos perdidos; nada para Su Alteza, pero yo sospecho á veces si esto pudo acelerar su muerte.
Luego su existencia había transcurrido como entre las nieblas de un ensueño. Recordaba que abandonó espontáneamente Marchamalo, para refugiarse en el arrabal, en la casucha de una parienta de su mujer.
Hablando con el viejo en la puerta de la casucha, miraba adentro con cierta inquietud, como si temiese la aparición de María de la Luz. En la huida a la sierra, Fermín se lo había contado todo... todo. ¡Ay, padrino! ¡y qué gorpe me han dao!
Todas aquellas figuras apelotonadas, que cargaban las armas y se las alargaban unos a otros, tenían un terrible aspecto. Tres o cuatro cadáveres, tendidos junto a la pared derruida, añadían una nota lúgubre al horror del combate; el humo penetraba dentro de la casucha. Al llegar a lo alto de la escalera, Hullin gritó: ¡Ya están aquí, gracias a Dios!
-Debe de andar por Zaragoza, vendiendo un papel nuevo, el del último crimen, que interesa mucho al cuarto estado. Isidro, al visitar la casa del Mosco, ya no se detenía en la vivienda de su abuela. Esta había alquilado la casucha, yéndose a vivir con el señor Polo, que tenía su cabaña en lo más alto de un cerrillo, desde el cual se veía Madrid.
Casi todos eran de tabernas, pero tabernas de las afueras, que a la vez servían de figones y merenderos. «Vinos, por Fulano.» Y aquí el nombre del dueño del establecimiento, como si fuesen los taberneros quienes los fabricaban. En una casucha de tablas, llamó su atención otro rótulo: «Taberna de Agustín, alias el Bolero.
Palabra del Dia
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