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Actualizado: 28 de junio de 2025


¿Y qué es lo que le trae á usted por Entralgo con este calor, D. Casiano? preguntó el capitán cuando hubieron bebido el primer vaso. ¡Qué diablo! ¡qué diablo!... ¡Vaya con D. Félix! ¡Y qué bueno está! No pasan días ni años por él. Pronunciando estas palabras, quiso de nuevo abrazarle; pero D. Félix, que empezaba á sentirse vagamente inquieto, rehuyó el abrazo. Ambos estaban en pie.

El escribano D. Casiano no padecía ninguna clase de gastralgia ni aguda ni crónica. Por eso no se creía en el caso de usar de la moderación del recaudador. Bebía como un buey y orinaba como otro buey y tenía un vientre mayor que el de dos bueyes reunidos.

D. Félix hizo un gesto perentorio para imponer silencio y empezó á dar paseos por la plazoleta con la violencia de fiera enjaulada. De vez en cuando salían de su boca temerosas interjecciones y de su nariz resoplidos más temerosos aún. Regalado, los criados y algunos vecinos que por allí cruzaban le contemplaban con asombro y respeto. De vez en cuando dirigían miradas de odio al insolente que le había puesto en tal estado, al mísero D. Casiano.

Y que no permita al colono de D. Casiano que tome agua de la acequia, que no tiene derecho á ello. Y que si necesita cortar algún roble para arreglar el estanque puede hacerlo... No te olvides, ¿eh?... No, no se olvidaría.

¿Avisó al comisario, Baldomero? Hoy de mañana le hablé, don Melchor, y me dijo que estaba gustoso y que no faltaría. Yo creo dijo Ricardo, que para un «fieston» como el que preparan deberías invitar a don Casiano... quizás viniera. ¡Anda !... Vas mañana... y te lo traes el domingo. ¿En serio?... ¿Me autorizas para ir a invitarlo en tu nombre?

Allá en el extremo de una mesa, á solas con una botella de jerez, libaba el néctar andaluz pausadamente sin tomar parte en la algazara. Hasta creyeron ver algunos que una lágrima se deslizaba de sus ojos y caía sobre la mesa. Miren ustedes el dorio exclamó el troglodita don Casiano. ¡Pues no está llorando! En mi vida he visto un hombre más gracioso.

¡El breve y gracioso moño de cinta celeste que cerraba la canasta no estaba, no podía estar hecho por don Casiano!... Al llegar el día, Melchor estaba de pie, habiendo abandonado la cama con especial cuidado de no interrumpir el sueño de sus dos compañeros, hasta que llegase el momento de partir.

Hemos venido a molestar, señor. ¡No, señor!... ¿y por mucho tiempo? Es verdad pensamos pasar aquí una temporada. Dos o tres meses agregó Ricardo. ¿Tanto tiempo? Vendrán por algún quehacer. ¡No, don Casiano! dijo Melchor, ¿sabe por qué vienen?... míreles las caras... ¡vienen a curarse!... En verdad, que no parecen muy enfermos. Son bromas de Melchor, señor dijo Ricardo.

Delante de ella, sentado bajo el corredor emparrado, con el sombrero en la mano y sudando como lo que era, como un buey, estaba el actuario D. Casiano. Cerca de él Regalado.

D. Casiano, que estaba en pie, se dejó caer sobre el asiento turbado y abatido. Serénese usted, D. Félix... Serénese usted y hablemos en razón articuló trabajosamente. ¡Estoy sereno! ¡perfectamente sereno!... ¿Cuándo me ha visto usted perder la serenidad? vociferó el capitán echando espumarajos por la boca.

Palabra del Dia

rigoleto

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