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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Una masa de cascos y chambergos chocaba, sobre dos navíos aferrados, con otra de turbantes blancos y rojos, y sobre ellas alzábanse mandobles y picas, cimitarras y hachas de abordaje. El disparo de cañones y trabucos cortaba con lenguas rojas el humo del combate.
53 Mas una mujer dejó caer un pedazo de una rueda de molino sobre la cabeza de Abimelec, y le quebró los cascos. 54 Y luego él llamó a su escudero, y le dijo: Saca tu espada y mátame, para que no se diga de mí: Una mujer lo mató. Y su escudero le atravesó, y murió. 55 Y cuando los israelitas vieron muerto a Abimelec, se fueron cada uno a su casa.
Cuando me marché, el diplomático continuaba calentando los cascos al buen preceptor, que le ofreció algunos manjares y vino de Montilla para reparar sus fuerzas. Al salir de la casa, vi en la puerta de la calle a varios hombres, no de muy buena facha por cierto, uno de los cuales llegóse a mí, y tomándome por el brazo, me dijo: ¿Conoces tú a esa gente que acaba de llegar?
Y dando golpes en una arquita que llevaba a la grupa, añadió: Esperad, amigos míos, esperad; llevo aquí dentro algo que ya sabéis lo que es: aquí traigo cuchillos pequeños y grandes, redondos y puntiagudos, para atrapar las balas, los cascos de granada y la metralla de diferente clase que os van a regalar.
¡Ay -dijo Sancho-, y cómo está vuestra merced lastimado de esos cascos!
No, hija, no: cada cosa pide su sazón y su tiempo; y una idea salta porque la empuja otra que quiere saltar también; y así, de idea en idea, cuando uno menos se lo sueña se halla con que ha formado un rosario de ellas que no tiene fin, y se ha visto y se ha revuelto entre los cascos medio mundo... ¿Eh?... ¿Te vas enterando tú?
Como la familia del señor Perrín la formaban únicamente damas elegantes, citamos esta observación más para dar una idea de su humor que de sus deberes. Formando abigarrado conjunto, encontrábanse reunidas aquellas personas con la indiferente apatía que engendra la pereza y el fastidio. Ni el repentino resonar de los cascos de un caballo a la puerta, les hizo volver en sí.
¿Y qué conseguiré con esa visita? Agravar el mal en vez de sanarle. No será así: no estás en el busilis. Tú irás allí, y, con esa cháchara que gastas y esa labia que Dios te ha dado, le infundirás en los cascos la resignación, y la dejarás consolada, y, si le dices que la quieres y que por Dios sólo la dejas, al menos su vanidad de mujer no quedará ajada.
Desde aquí nos hemos ido á la cama. Ya sabes que la peña de Sobeyana no está en el camino de Villoria. Aunque lo niegues es igual. Hasta los gatos saben en el pueblo lo que habéis hecho: yo mejor que ninguno porque estaba en los maizales de la vega esperando á ver si quedaban algunos pocos rezagados para abollarles los cascos. ¡Á mí no me han metido en casa, puño!
Me sentía a mi gusto en la litera elástica y flexible, entre los cascos de mis caballos predilectos, que nunca me hacían daño; o bien me trepaba al pesebre donde permanecía horas enteras mirándome en los ojos pardos de mis queridos amigos. Pero el nicho del perro era el lugar donde mejor me hallaba.
Palabra del Dia
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