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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Los cascos esparcidos semejaban pedazos de un cráneo, y el polvillo rojo del barro cocido que ensuciaba la colcha blanca pareciole al criminal manchas de sangre. Antes de pensar en borrar las huellas del estropicio, pensó en poner los cuartos en la hucha nueva, operación verificada con tanta precipitación que las piezas se atragantaban en la boca y algunas no querían pasar.
El viento movía blandamente el ala de su chambergo y levantaba leves nubecillas de polvo que los cascos del azulejo removían aún de entre el césped, de tal modo era enérgica la fuerza con que los golpeaba.
El estrépito de los cascos del animal sobre las piedras, sus graciosos movimientos, la hermosa figura del jinete llenaron la plaza de repente de vida y alegría, y la Regenta sintió un soplo de frescura en el alma. ¡Qué a tiempo aparecía el galán! Algo sospechó él de tal oportunidad al ver en los ojos y en los labios de Ana, dulce, franca y persistente sonrisa.
Quitáos los cascos y bajad las armas para que el brillo del acero á los rayos del sol no llame la atención del enemigo. Aquí hemos de aguardar ocultos hasta la noche.
Y decía entre sí: ¿Qué más locura puede ser que ponerse la celada llena de requesones y darse a entender que le ablandaban los cascos los encantadores? Y ¿qué mayor temeridad y disparate que querer pelear por fuerza con leones?
Brillaban los cascos y corazas de numerosos escuadrones y las voces que dieron y el toque de las cornetas y atabales indicaron también que habían descubierto el refugio de sus enemigos y que se preparaban para el ataque.
Tengo entendido que son los escoceses buenos guerreros, observó Tristán. Fuertes y sufridos; no adelantan durante el combate, pero tampoco huyen, sino que se aguantan á pie firme, dando cada toque que saca chispas de cascos y coseletes. Con el hacha y la espada de combate no tienen igual, pero son muy malos ballesteros, y lo que es con el arco, no se diga.
Rita, con toda su aspereza, se dignó consultarle sobre sus jaquecas, y Rafael declaró que el día menos pensado iba a romperse los cascos, para tener el gusto de que le curase el GRAN FEDERICO. Una mañana, la condesa estaba sentada, pálida y desmejorada a la cabecera de su hijo dormido. Su madre ocupaba una silla muy baja, y, como antídoto contra el calor, tenía el abanico en continuo movimiento.
Ferragut recordó las flotas á vela de otros siglos, escoltadas por navíos de línea, siguiendo su rumbo á través de incesantes batallas; los remotos viajes de los galeones de las Indias, saliendo de Sevilla para llegar en rebaño á las costas del Nuevo Mundo. La doble fila de cascos negros con penachos de humo avanzaba mansamente en las jornadas de bonanza.
Sale Eugenio á sus diligencias, la lluvia comienza, el paraguas no basta para cubrir al viandante, y en una calle estrecha y atestada de lodo se encuentra Eugenio con un caballo que galopa, sin atender á que los chispazos de fango de sus cascos dejan al pobre pasajero pedestre hecho una lástima de pies á cabeza.
Palabra del Dia
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