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Actualizado: 19 de noviembre de 2025
Señor cura dijo pocas horas después al párroco, yo no puedo casarme con aquélla, porque esta noche soñé que era un dragón y que me comía. Puede creerme, que lo soñé. No me admiro de eso respondió el párroco reposadamente. El caso es que tengo hecho voto. ¿Á V. qué le parece? Si le regalo la mitad de mi caudal á esa fiera, ¿quedaré libre?
La cara se le entristeció de tal manera que la joven, reprimiendo a duras penas una sonrisa, repitió con más resolución aún: No volveré a casarme segunda vez... a no ser contigo. El conde la contempló desencajado. ¿Es de veras eso? preguntó al fin con voz temblorosa. ¡Y tan de veras! repuso ella mirándole sonriente. Dame esa mano, Fernanda. Tómala, Luis.
La primera noche dominaron al fin, tras largo debate, las ideas afirmativas. «¡Casarme yo, y casarme con un hombre de bien, con una persona decente...!». Era lo más que podía desear... ¡Tener un nombre, no tratar más con gentuza, sino con caballeros y señoras! Maximiliano era un bienaventurado, y seguramente la haría feliz.
No, no he sido joven, porque jamás he gozado de las puras alegrías de la juventud, de los éxtasis apasionados del primer amor, de las dulces zozobras que trae consigo, de los placeres ideales... Siempre contrariada en mis sentimientos, en las afecciones de mi corazón... El mundo, los parientes, las circunstancias, me obligaron a casarme muy joven con un hombre a quien no quería.
Puedo casarme o permanecer soltero y vivir bien o mal y ser feliz o desgraciado sin que en ninguna de estas cosas influya de un modo decisivo la alegría o la tristeza de ustedes... Pero si no influyen sus sentimientos pueden influir las acciones. Todos estamos expuestos en la vida a tristes desengaños, a las asechanzas de nuestros enemigos... y a la traición de nuestros amigos.
Hasta hace unos meses vivía en Liverpool humildemente, estaba de empleado en un almacén e iba a casarme, cuando conocí a un viejo irlandés, hermano de la madre de mi novia. Este irlandés se llamaba Patricio Allen. ¡Patricio Allen! exclamé yo . ¡El que ha vivido tanto tiempo aquí! El mismo.
Si quieres casarte decididamente, eres libre de ello, no soy un tirano. ¿Te pesarían las negativas con que has acogido las propuestas de matrimonio que se han sucedido en estos últimos días? No, no, tío, he abandonado por completo mis antiguas ideas; no quiero casarme. Estos desdichados partidos, aumentaban mi fastidio. Ya no podía oír hablar de matrimonio sin sentir deseos de llorar.
Visito a Adolfo; siempre fui su amigo... No veo nada de particular en ello... Y, por otra parte, las señoritas de Itualde son dos: ¡Con las dos no he de casarme!... Al principio explicó el juez de paz se creyó que usted pretendía a la mayor, a Laura. Después hemos sabido que es a la Coca... ¿Cómo han podido saber tal cosa?
Me convencí, porque lo necesitaba mucho, de que las seguridades del médico sobre la fuerte constitución de mi padre eran enteramente sinceras y de que podía tener confianza. Y entonces se impuso a mi reflexión la idea del matrimonio en sí misma. Casarme; elegir un ser para entregarme a él y que sea mi dueño; dar de una vez y para toda la vida el corazón, es cosa grave...
Palabra del Dia
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