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Actualizado: 10 de junio de 2025


700 ¡A visitar otros presos sus familias solían ir! Naides me visitó a mientras estuve encerrado. ¡Quien iba a costiarse allí a ver a un desamparado! 701 ¡Bendito sea el carcelero que tiene buen corazón! Yo que esta bendición pocos pueden alcanzarla, pues si tienen compasión su deber es ocultarla.

26 Entonces fue hecho de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se movían; y luego todas las puertas se abrieron, y las prisiones de todos soltaron. 27 Y despertado el carcelero, como vio abiertas las puertas de la cárcel, sacando la espada se quería matar, pensando que los presos habían huido.

Esto dió alguna esperanza á don Juan. ¿A qué venís? dijo al carcelero. Vengo á pediros licencia, en nombre de una dama que quiere hablaros contestó aquél. ¿De una dama? ¿qué señas tiene? Está completamente encubierta por un manto; pero parece principal y hermosa.

Don Juan no vivía, agonizaba en aquel calabozo, había pasado una noche horrible, de cavilaciones, de temores; se había acordado de todo, había dado vueltas á todo, y sin embargo, no se había acordado de Dorotea. Cuando el carcelero la noche antes le entró la luz, don Juan le dió dinero y le preguntó por la causa de su prisión.

Entre la patulea de beodos, dos seides de Trampeta, carcelero el uno, el otro alguacil, trataban de calentar a algunos de los que chillaban más fuerte, para que atacasen la morada del abogado; señalaban a la puerta, indicaban con ademanes elocuentes lo fácil que sería echarla abajo y entrar.

Entrad, señora dijo el carcelero llegando á la puerta. Entró una mujer completamente envuelta en un manto, y mandó con un ademán enérgico al carcelero que saliese. La puerta se cerró. Entonces la mujer se echó atrás el manto, adelantó hacia don Juan, le asió de las manos y le miró exhalando toda su alma, y su alma enamorada por sus ojos. ¡Ah! ¡Dorotea! exclamó con una sorpresa dolorosa don Juan.

¡Eh! ¡callad! ¡callad por Dios! dijo el cocinero , que parece que se acerca gente. En efecto, se oían pasos fuera del calabozo y en dirección á él. Todos se callaron y se acurrucaron cada cual en su sitio. Después de haber crujido tres llaves y tres cerrojos la puerta del calabozo se abrió, y un carcelero dijo desde ella: Señor Francisco Martínez Montiño: salid.

Yo salíme del calabozo diciéndoles que me perdonasen si no les hiciese mucha compañía, porque me importaba no hacérsela. Torné a repasarle las manos al carcelero con tres de a ocho y sabiendo quién era el escribano de la causa enviéle a llamar con un picarillo.

Y así, la imaginación mece al alma y el cuerpo en silencio, como el carcelero, conmovido ante los juegos inocentes de los niños que custodia, acepta la vigilia para contemplar las rondas armoniosas de sus huéspedes sublimes... Por fin la honda laxitud venció.

Mas no se pasó mucho tiempo sin que se abriera la puerta de par en par, y entrara por ella un carcelero con una bujía encendida anunciándome que pronto llegaría el juez y el escribano. Aparecieron al fin estos dos varones, y fue extraordinaria mi sorpresa al encontrarme enfrente de dos señores que jugaban todas las tardes al billar conmigo en el café Suizo.

Palabra del Dia

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