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Actualizado: 10 de junio de 2025


El carcelero le respondió con sumo respeto, pero encogiéndose de hombros, que nada sabía. Encargóle don Juan que procurara informarse, que avisase á su esposa del lugar donde se encontraba, y que procurase ver á don Francisco de Quevedo ó saber de él. El carcelero volvió á la hora de la cena, trayendo una escogida y abundante. Pero lo que le dijo el carcelero le puso en mayor ansiedad.

Cuando Lázaro vió cerrarse la puerta de su prisión y sintió perderse en la galería los pasos de su carcelero, miró en torno suyo, y se halló rodeado de la más profunda obscuridad. Luz entraba por una reja que en lo alto de la pared había; pero él, viniendo de la calle, estaba deslumbrado y no veía más que tinieblas. Por un momento le fué difícil darse cuenta de su situación.

Después de esto el carcelero salió, y don Juan quedó más cuidadoso que antes. Adelantó el día y con él la desesperación y la impaciencia de don Juan. Nadie parecía á tomarle declaración ni darle noticia alguna. Al fin, al medio día se oyeron pasos en las escaleras y luego el ruido de los candados y cerrojos de la puerta. Entró el carcelero. No traía la comida.

¡Ah! perdonad, señora dijo el carcelero quitándose su caperuza, que hasta entonces había tenido encasquetada ; como vuestro esposo es joven y gentilhombre, á estos tales señores suelen buscarlos... ¿Pero hay algún inconveniente para que yo vea al momento á mi marido? Ninguno, señora. ¿Qué ha de haber? yo mismo voy á llevaros. Molinete, dame las llaves del encierro alto. Vamos, señora, vamos.

Sólo le queda una pequeña suma, con la cual soborna al carcelero y escapa de su prisión, contrayendo amistad con una alcahueta, que le facilita la entrada en casa de una bella, llamada Alcana. Felicero, que pierde la esperanza de que se corrija su señor, retírase á un desierto para hacerse ermitaño.

Créeme, buen carcelero, pronto habrá paz en esta morada; y te prometo que la Sra. Prynne se mostrará en adelante más dócil á la autoridad y más tratable que hasta ahora. Si Su Señoría puede realizar eso, contestó el carcelero, os tendré por un hombre indudablemente hábil.

Al acercarse la noche, y al ver que no era posible reducirla á la obediencia ni por medio de reprensiones ni de amenazas de castigo, el carcelero creyó conveniente hacer venir á un médico, que calificó de hombre muy experto en todas las artes cristianas de ciencias físicas, y que al mismo tiempo estaba familiarizado con todo lo que los salvajes podían enseñar en materia de hierbas y raíces medicinales que crecen en los bosques.

¡Que queréis volverme á ver!... ¡, yo también quiero! pues bien: estad esta noche, á las ocho, al pie de la Cruz de Puerta de Moros. Estaré. En aquel momento se abrió la puerta. Adiós dijo Dorotea, y salió precipitadamente. Adiós dijo don Juan, y se dejó caer aniquilado sobre una silla. El carcelero cerró la puerta.

22 Y se agolpó el pueblo contra ellos; y los magistrados rompiéndoles sus ropas, les mandaron azotar con varas. 23 Y después que los herieron de muchos azotes, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con diligencia; 24 el cual, recibido este mandamiento, los metió en la cárcel de más adentro; y les apretó los pies en el cepo.

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