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Actualizado: 18 de junio de 2025
¡Ah! ¿Conque vuesa merced es sobrino del señor Francisco Montiño? dijo acompañando sus palabras con una sonrisa suntuosa ; eso es distinto, vamos, y llevaré á vuesa merced hasta donde sin tropezar y en derechura pueda encaminarse á la cocina. Y, volviendo atrás, se entró por una puertecilla situada en un ángulo, subió por una escalera de caracol y salió á una larga galería.
Detrás de uno de éstos descubrió nuestra heroína una primorosa puertecilla secreta de sándalo, con embutidos de nácar. La empujó suavemente, y cediendo la puerta, se encontró en una escalera de caracol, de mármol blanco.
Vuelta a desandar lo andado. Hallaron en el corredor una puertecita estrecha, y por ella entró el criado seguido del clérigo, subiendo por una escalera de caracol más oscura y más sucia aún que el resto de la casa. Cuando iban hacia el medio, el P. Gil oyó en lo alto una tosecilla seca que volvió a apretarle el corazón de temor.
Cansado de mirar o no pudiendo ver lo que buscaba allá, hacia la Plaza Nueva, adonde constantemente volvía el catalejo, separose de la ventana, redujo a su mínimo tamaño el instrumento óptico, guardolo cuidadosamente en el bolsillo y saludando con la mano y la cabeza a los campaneros, descendió con el paso majestuoso de antes, por el caracol de piedra.
Saludó a Fray Miguel con una leve inclinación de cabeza, y sin decir palabra, le indicó que le siguiese. Ambos subieron por la escalera de caracol a la ancha cámara que ya conocemos. Todo estaba en ella como lo hemos descrito antes. Sólo había tres objetos que por su novedad llamaron en seguida la atención de Fray Miguel.
La alta barranca que cae sobre el rio, tiene talladas de trecho en trecho multitud de escaleras que dan sobre los pequeños puertos, en forma de caracol ó perpendicularmente; y en el muro de la barranca se ven las aberturas ó bocas de muchos hornos subterráneos, ingeniosamente preparados para cocer el pan de maiz llamado almojábana, ó el de yuca, que tiene el nombre de cazabe.
No alcanzó el tranvía, y se fué a pie, porque tampoco halló coche, y después de media hora de caminata, llegó a la casa indicada, y tocó el llamador: nadie; subió la escalera de caracol, y en el primer descanso, dió dos palmadas: silencio siempre; derrengada casi, sin alientos, siguió subiendo, y allá arriba, campanilleó largo rato, hasta que salió un chico, con cara de Judas, y dijo que el señor no estaba. ¿A qué hora volvía? muy pronto, si quería esperar, que esperara.
Doña Clara abrió con un llavín una puerta de servicio, y seguida por el tío Manolillo, atravesó un espacio obscuro, sin detenerse, sin dudar, como quien conocía perfectamente el sitio, y á obscuras siempre se oyeron sus fuertes pisadas, descendiendo rápidamente por una escalera de caracol. El bufón, sin vacilar, sin dudar, como ella, la seguía.
Urbistondo subía las escaleras de caracol de la torre, convencido de su sacerdocio, de la trascendencia de su misión. También le parecía una ciencia profunda y hermética la de conocer las indicaciones del barómetro y del termómetro. El poseía, por encima de todos los barómetros del mundo, su pierna.
Pareció reflexionar, replegarse, achicándose dentro de las ropas, como un caracol medroso que se refugia en su cáscara. ¡Ay, Señor! gemía . ¡Qué cosas pasan en el mundo! ¡Qué miserias! Una, metida aquí, no sabe nada... ¡Y qué vamos a hacer, Isidrín! ¡qué vamos a hacer!...
Palabra del Dia
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