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Actualizado: 17 de julio de 2025


Concluida mi deprecación mental, corro á mi habitación á despojarme de mi camisa y mi pantalón, reflexionando en mi interior que no son unos todos los hombres, puesto que los de un mismo país, acaso de un mismo entendimiento, no tienen las mismas costumbres ni la misma delicadeza, cuando ven las cosas de tan distinta manera.

A continuación le abrochaba la chaqueta, le subía el cuello, para que el blanco de la camisa no sirviese de punto de mira, los manoseaba a los dos cariñosamente, lo mismo que una madre manosea a sus niños antes de enviarlos al paseo. Pero su bondad no iba más allá del tacto.

Una camisa muy ordinaria vale seis pesos, ó tres octavas de oro: un par de zapatos, lo mismo: una frasquera de vino y aguardiente, que en el Janeiro se diera por diez pesos, vale en Cuyabá sesenta. Y á esta proporcion se venden los otros géneros.

A cambio de sus lecciones, Argensola recibía el mismo trato que un esclavo griego de los que enseñaban retórica á los patricios jóvenes de la Roma decadente. En mitad de una explicación, su señor y amigo le interrumpía: Prepárame una camisa de frac. Estoy invitado esta noche.

Aquí tienes con que pagar repuso la abuela, poniéndole en la mano una moneda de oro de cuatro duros. ¡Oro! exclamó estupefacto Momo, que por primera vez en su vida veía ese metal acuñado . ¿De dónde demonios ha sacado usted esa moneda? ¿Qué te importa? repuso la tía María ; no te metas en camisa de once varas. Corre, vuela, ¿estás de vuelta?

¿Cómo ayer? replicó el cura lleno de estupor. Si ayer fue sábado, muchacho... Y eso ¡qué importa! Pero en Madrid, chico, ¿no os mudáis la camisa los domingos? En Madrid se muda la gente la camisa cuando está sucia. ¡Bah, bah, bah!

LINE. Te chuparás los dedos y pensarás: «Mi querida estaba en camisa. ¡Cuánto nos habíamos amado...! ¡Y este severo señor no sospecha nada...!» LIONEL. ¡Eres sádica...! LINE. Vamos a ver... ¡Ya deben ser cerca de las siete...! Tengo que vestirme... ¡Vuelve para acá el reloj de viaje...! Mira...

El sol abandonaba la mar espumosa y ascendía por la bóveda del firmamento cuando Velázquez despertó de su sueño. Iba á llamar á Soledad para que le trajese una camisa, pero recordó súbito lo que había pasado y sintió un leve vuelco en el corazón. Alzóse del lecho y se vistió lentamente malhumorado y taciturno.

Metieron al buen hombre en su aposento, y a con él; cenamos, y acostámonos todos los de la casa, y a las dos de la mañana levántase en camisa y empieza a andar a oscuras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates.

Rosita, ve por lo otro. Rosita, sube sobre este banco y alcánzame aquellos zapatos. Rosita, átame esta cinta. Rosita, pégame el botón de la camisa.» Y cuando iba y cuando venía y cuando subía y cuando bajaba, las manos amarillentas y velludas de D. Jaime la pellizcaban, la sobaban, la mimaban y la estrujaban.

Palabra del Dia

buque

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