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Al fin pudo proferir estas palabras: Ven ... oye ... vamos.... ¡Jamás, señora, jamás! exclamó el joven, dirigiéndose hacia la puerta. La devota inclinó la cabeza, agitó los brazos, soltando la caja; se doblegó después de vacilar un momento, retrocediendo y avanzando; dió un grito y cayó al suelo.

Cuando se habló del robo en la taberna del Arco Iris y fuera de allí, en la buena sociedad la balanza siguió oscilando entre la explicación racional basada en la caja de yesca y en la teoría de un misterio impenetrable que ponía las pesquisas en ridículo.

Doblaron una enorme pila de éstos, y encontráronse frente á frente de una gran caja de galletas de Huntley. Allí era donde vivía la familia de Ratón Pérez, bajo el pabellón de Carlos Prats, tan á sus anchas y con tanta holgura, como pudo vivir la rata legendaria de la fábula, en el queso de Holanda.

La caja tocaba al pecho de Lázaro, y éste sentía el empuje con tanta fuerza, que, por no caer, tuvo que dar un paso atrás y extender los brazos hasta tocar los hombros de la santa. Hace usted bien dijo el aragonés. ¿De qué sirve guardar ese dinero, que puede ser útil á usted y á otros? Si contestó Paulita con efusión. Es nuestro. Ya no sabía Lázaro qué partido tomar.

Apareció, al fin, la litera del Padre de los Maestros, sostenida por ocho universitarios jóvenes, que jadeaban sudorosos después de esta ascensión en espiral. Se abrió la portezuela de la caja portátil y salió Momaren, con su birrete de cuatro borlas y una toga de cola larguísima, que se apresuraron á sostener dos aprendices de profesor.

Decoraba tan tétrica pieza una mesa-escritorio, y sobre ella un tintero de cuerno, un viejísimo bade de suela, no cuántas plumas de ganso y una caja de obleas vacía.

Tal vez, caviló él, si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino que busco. Así desobedeció las órdenes que le había dado la Princesa, o bien no las recordó en aquel momento, por lo trastornado que estaba. Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja. Y ¿qué piensas que salió de allí? Salió una nube blanca que se fue flotando sobre la mar.

Sobre el escritorio había dos pilas de libros ingleses con cubiertas blancas; una caja de papel de cartas; una bombonera antigua, y un saco de viaje. En la mesita de trabajo y en el velador había más libros.

No era la caja de yesca de Silas, porque la única que hubiera poseído nunca estaba aún, sobre un estante, en su casa. La opinión generalmente aceptada, fue que la caja encontrada en el foso tenía alguna relación con el robo. Una pequeña minoría sacudía la cabeza y daba a entender que aquél no era un robo respecto del cual pudieran arrojar mucha luz las cajas de yesca.

Y sacando un brazo fuera del bote, dejó caer la caja de cigarros. Flotó sobre el agua unos instantes, y luego se fué al fondo bajo el peso de alguien que acababa de arrojarse sobre ella. Era Ra-Ra, que había saltado fuera de la embarcación para abrazarse al féretro, desapareciendo con él.