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Crió a Tirso un ama en una aldea, como pudiera hacerlo una cabra; un sacristán, protegido por don Tadeo, le enseñó de pequeño a leer, escribir, contar y rezar; a los ocho años sabía ayudar a misa, y a los catorce ya pudo su padrino utilizarle para escribir cartas y hacer recados de los que no se confían a sirvientes.

Aquí todas nacen de pie dijo la Burlada a Crescencia , menos nosotras, que hemos caído en el mundo como talegos». Y la Casiana, afilando más su cara caballuna, hasta darle proporciones monstruosas, dijo con acento de compasión lúgubre: «¡Pobre Don Carlos! Está más loco que una cabra».

Pues yo no puedo tenerme; pero esta diligencia que salta como una cabra no me deja dormir. ¡Y qué remedio, tio! Este caballero, añadió dirigiéndose á , debe de estar muy incómodo.... Oh, no Señor. He pasado la noche en una posada y no necesito ya dormir. Verdad; pero ya ve Usté, ese asiento del medio es tan desagradable.... ¡Bah! le repuse, no es cosa de impacientarse.

Murió á 23 de enero el rey D. Fernando el Católico en Madrigalejo, y dejó mandado se le sepultase en Granada. Al pasar su cadáver por Córdoba, salieron a recibirle el obispo, el cabildo, las religiones, la ciudad y los caballeros con todo el pueblo, y el marqués de Priego, conde de Cabra, y otros grandes señores, le condujeron en hombros hasta la catedral, donde se celebraron suntuosas exequias.

Su coco es el urbano: no se sabe por qué le ha tomado miedo; pero que se le tiene es evidente: semejante a aquel loco célebre que veía siempre la mosca en sus narices, tiene de continuo entre ceja y ceja la anarquía: y así la anda buscando por todas partes, como busca Guzmán en La Pata de cabra las fantasmas por entre las rendijas de las sillas.

En este día por la mañana miércoles 23 de Abril vino nueua a esta çibdad que entrando el rey moro y el alatar de loxa y otros moros a correr a luçena salieron el duque de najara e el conde de cabra y otros caualleros y los desbarataron y prendieron al rey moro y a tres hijos del alatar y a otros muchos moros principales y mataron el alatar y a otros caualleros moros la qual nueva vino per cartas a la cibdad e se pregonó con mucha alegría en las gradas de esta cibdad.

Que cuando Pedro de Cárdenas y Juan de Angulo habian hecho salir al señor obispo de la ciudad y de S. Gerónimo, habian procedido por mandado del rey, por ser su ilustrísima escandaloso y parcial con el conde de Cabra y sus hijos, y porque procuraba con algunos grandes del reino adversarios del rey, entrar en Córdoba por fuerza y con escándalo en deservicio de S. M. para alzarse con la ciudad y su tierra.

Del sepulcro del duque de Medinasidonia solo existe hoy la memoria en una lápida que hay en la pared al lado del Evangelio, con un epitafio que dice: «Aqui yace D. Enrique de Castilla, duque de Medinasidonia, conde de Cabra, señor de Alcalá y de Mora, hijo del muy alto rey D. Enrique II el Magnífico;» y en la inscripcion de la capilla de la Encarnacion, ó de los Sousas, que dejamos ya reproducida.

Todo el día gastábamos en dar gracias a Dios por habernos rescatado de la captividad del fierísimo Cabra, y rogábamos al Señor que ningún cristiano cayese en sus manos crueles. Si acaso, comiendo, alguna vez nos acordábamos de las mesas del mal pupilero, se nos aumentaba la hambre tanto que acrecentábamos la costa aquel día.

No es vanagloria, no es orgullo satánico; es la verdad. ¿Qué le voy a hacer yo? Soy un hombre infinitamente superior a todos los que viven de caridad en esta santa casa; a todos; no dejo afuera a ninguno. Superior por la familia; superior en posición económica; superior en inteligencia. Yo he recibido una educación académica. Yo uso zapatillas de piel de cabra; ellos, de orillo.