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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Libro Primero: Capítulo III: De cómo fue a un pupilaje por criado de don Diego Coronel. Determinó, pues, don Alonso de poner a su hijo en pupilaje, lo uno por apartarle de su regalo, y lo otro por ahorrar de cuidado. Supo que había en Segovia un licenciado Cabra que tenía por oficio el criar hijos de caballeros, y envió allá el suyo y a mí para que le acompañase y sirviese.
En estas guerras declaróse por el rey el conde de Cabra D. Pedro Fernandez de Córdoba, por los enemigos del rey D. Alonso de Aguilar, uno de los personages mas influyentes en toda la Provincia. Este hecho produjo en Córdoba dos bandos que la tuvieron en continua alarma con sus sangrientas escisiones.
La Tellería, con aquel arte tan admirable y tan suyo, se las compuso muy bien para volver a tomar algunas de las cosillas que regaló a Rosalía en aquellos raptos de cariño precursores del empréstito. «Puesto que usted no sale, maldita la falta que le hará esta pamela... ni esta forma de paja... Veré cómo la arreglo yo para mí... Aquí no podrá usted usar el pelo de cabra.
Además, él recordaba haber visto en la puerta de una pagoda una cabra negra andando hacia atrás. ¡La noche sería terrorífica! ¡Y su pobre mujer, el hueso de su hueso, que estaba tan lejos, allá en Pekín! ¿Y ahora, Sa-Tó? le pregunté. Ahora... ¡Vuestra señoría!... Ahora... Callóse, y su figura escuálida temblaba, agazapándose como un perro que se le amenaza con el látigo.
Fernando de Ecija vecino de esta ciudad trajo la nueva de como el conde de Cabra y Martínez Alonso y otros caballeros habían desbaratado y cautivado al rey de Granada y otros muchos caballeros y peones que le acompañaban. La ciudad le dió 3000 mrs. de albricias.
La curiosidad hizo al tío Frasquito perder la cabeza, y por querer fiscalizarlo todo a un tiempo, ni vio a Bellak, la cabra blanca, cruzar como una flecha el rústico puentecillo, ni a Dinorah caer en el fondo del barranco, ni a Höel precipitarse desesperado en su auxilio, ni a Currita que ceñuda y apretando con inexplicable rabia las varillas del abanico, decía a Butrón muy por lo bajo: ¿A Jacobo?... ¿Acaso le veré yo esta noche?... Ya ha correteado todos los palcos y todavía no me ha dirigido un saludo.
Sentóse el licenciado Cabra, y echó la bendición; comieron una comida eterna, sin principio ni fin; trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una de ellas peligraba Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo huérfano y solo que estaba en el suelo.
La carne no guardaba en manos de la ama la orden retórica, porque siempre iba de más a menos; no era nada carnal, antes de puro penitente estaba en los huesos. Y la vez que podía echar cabra u oveja no echaba carnero, y si había huesos, no entraba cosa magra.
Murió el pobre mozo, enterrámosle muy pobremente por ser forastero, y quedamos todos asombrados. Divulgóse por el pueblo el caso atroz, llegó a oídos de don Alonso Coronel y como no tenía otro hijo, desengañóse de los embustes de Cabra y comenzó a dar más crédito a las razones de dos sombras, que ya estábamos reducidos a tan miserable estado.
Aquellos tres hombrachos armados de carabinas cortas de Inspruck, con polainas altas de color azul y botones de cuero que les subían por encima de la rodilla, las espaldas cubiertas con una especie de casaca de piel de cabra y el sombrero muy echado atrás no se habían dignado siquiera acercarse al fuego.
Palabra del Dia
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