United States or Heard Island and McDonald Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Los principales casinos de la ciudad, los mejores cafés, abrían sus ventanales de vidrios sobre la calle. Montenegro lanzó una mirada al interior del Círculo Caballista. Era la sociedad más famosa de Jerez, el centro de reunión de la gente rica, el refugio de la juventud que había nacido poseedora de cortijos y bodegas.

A estas horas estarán asándose los señoritos en la acera del Caballista. Las veladas transcurrían en una paz patriarcal. El señorito ofrecía la guitarra al capataz. ¡Venga de ahí! ¡A ver esas manitas de oro! gritaba. Y el Chivo, obedeciendo sus órdenes, iba a buscar en los cajones del carruaje unas cuantas botellas del mejor vino de la casa Dupont. ¡Juerga completa!

Y en el Círculo Caballista hablaban los grandes propietarios de los adelantos del país y de sus máquinas, que sólo servían para recoger y asegurar las cosechas, nunca para sembrarlas y fomentarlas, presentando hipócritamente este ardid de guerra como un progreso desinteresado. La gran propiedad empobrecía el país, manteniéndolo anonadado bajo su brutal pesadumbre.

Cortés y mesurado en sus palabras, gallardo en sus ademanes, parco en el sonreír, el marqués de Moraima era un gran señor de otros tiempos, vestido casi siempre con traje de caballista, enemigo de la vida urbana, molesto por las exigencias sociales de su familia cuando éstas le retenían en Sevilla, y ansioso de correr al campo entre mayorales y vaqueros, a los que trataba con una llaneza de camaradas.

Gustábanle los caballos y las escopetas con entusiasmo juvenil, como a cualquier señorito del Círculo Caballista. En punto a domar un potro o a meter la bala donde ponía el ojo, no admitía rival. Además, era todo un hombre; tan hombre como el que más: le gustaban los valientes para ponerlos a prueba; ansiaba aventuras para que se supiese quién era el hijo de Paco el de Algar.

En el Círculo Caballista, hasta los señoritos más alegres olvidaban los méritos de sus jacas, los excelencias de sus perros y el garbo de las mozas cuya propiedad se disputaban, para no hablar más que de aquella gente tostada por el sol, curtida por los penalidades, sucia, maloliente y de ojos rencorosos que prestaba los brazos a sus viñas.

Unos verdaderos sibaritas los tales viñadores; ¿y aún se quejaban y exigían reformas amenazando con la huelga?... En el Caballista, los que eran propietarios de las viñas mostrábanse enternecidos por repentina piedad, y hablaban de los gañanes de los cortijos. ¡Aquellos pobrecitos que eran merecedores de mejor suerte!

El conserje del Caballista, andaba como loco buscando la llave de lo que pomposamente se titulaba biblioteca en los estatutos de la sociedad: un armario oculto en el rincón más oscuro de la casa, menguado como alacena de pobre, mostrando al través de sus cristales empolvados y telarañosos, unas cuantas docenas de libros, que nadie había abierto.

Me aseguró, por último, que en dos o tres semanas haría de el mejor caballista de toda Andalucía; capaz de ir a Gibraltar por contrabando y de volver de allí, burlando al resguardo, con una coracha de tabaco y con un buen alijo de algodones: apto, en suma, para pasmar a todos los jinetes que se lucen en las ferias de Sevilla y de Mairena, y para oprimir los lomos de Babieca, de Bucéfalo, y aun de los propios caballos del Sol, si por acaso bajaban a la tierra y podía yo asirlos de la brida.

Siempre que hablaba de Esperancita brotaba de sus labios tres o cuatro veces, como si necesariamente fuera asociada a sus amores. Pepe Castro sintió un malestar indecible: guiñó su ojo izquierdo infinitas veces. En realidad, nunca le había gustado anticipar ideas sobre los acontecimientos futuros. Era más caballista que profeta.