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No hay quien te toque... Y si vinieran por una casualiá los siviles, yo me pongo a tu lao, agarro una garrocha y no dejamos vivo a uno de esos gandules. ¡Y poco que me gustaría haserme caballista der monte!... Siempre me ha tirao eso. ¡Potaje! dijo el espada desde el extremo de la mesa, temiendo la locuacidad del picador y su vecindad con las botellas.

Vale más con su chaquetón de monte que todos esos señoritos del Caballista. Yo estoy por lo popular: yo soy muy gitana... Y dando al joven un ligero bofetón con su manecita acariciadora, siguió la marcha, volviendo varias veces la cabeza para sonreír a Fermín, que la seguía con la vista. ¡Lástima de muchacha! se dijo.

Tan pronto eran tenientes de la remonta, como señoritos del Caballista, o ingleses jóvenes, empleados en los escritorios, que se entusiasmaban pelando la pava al estilo del país y hacían reír a las niñas con su andaluz chapurreado británicamente. No había muchacho en Jerez que no tuviese su rato de conversación con las desenvueltas marquesitas.

Al salir Rafael de la casa del amo, espoleó su jaca, para hacer una visita a Marchamalo antes de volver al cortijo, pero se vio detenido frente al Círculo Caballista. Los señoritos más ricos de Jerez abandonaban sus copas de vino para salir a la calle, rodeando el caballo del aperador.

En invierno, cuando descansaban sus ídolos, vivía en Jerez al cuidado de sus haciendas, y este cuidado consistía en pasarse las noches en el Círculo Caballista, discutiendo acaloradamente los méritos de su matador y la inferioridad de sus rivales, pero con tal vehemencia, que por si una estocada recibida años antes por un toro, del que no quedaban ni los huesos, había sido caída o en su sitio, tentábase por encima de la ropa el revólver, la navaja, todo el arsenal que llevaba sobre su persona, como garantía del valor y la arrogancia con que resolvía sus asuntos.

En el Círculo Caballista, reían los señoritos al comentar las hazañas de aquella pareja. ¡Pero qué buena sombra tenía Luis! ¡Qué gran mujer la Marquesita!...

Hembra fuerte, acostumbrada a los sports y gran caballista, la gente la veía galopar por las afueras de Sevilla, llevando con la negra falda de amazona una chaquetilla de hombre, corbata roja y blanco castoreño sobre el casco de oro de sus cabellos.