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Actualizado: 2 de mayo de 2025
De los caídos nadie se cuidó. Unos pedían agua, otros murmuraban nombres de mujeres; pero sus gritos fueron acallados por el rápido pisar de los que huían, brincando entre las matas y removiendo pedruscos que bajaban rodando hasta el barranco.
Hubo un movimiento de asombro, de dolorosa sorpresa, en torno de la cama. El banderillero no se atrevía a preguntar. Miró por entre las cabezas de los médicos, y vio el cuerpo de Gallardo con la camisa subida sobre el pecho y los calzones caídos, dejando visibles las negruras de la virilidad.
Un doméstico de color de cobre sucio y caídos bigotes, con smoking negro, una tela blanca arrollada á las piernas lo mismo que una falda y una enorme cabellera de mujer sostenida por un peine de concha, era el encargado de servir la comida.
En tanto, el joven observaba que tenía demudado el semblante, cerrados los ojos, flojos y caídos los brazos; hizo un esfuerzo heroico, la cogió en sus brazos y la subió. La cabeza de la enferma descansó sobre sus hombros, y Lázaro notó que el contacto de su frente le quemaba el cuello. Tiene mucha fiebre dijo depositándola en el pasillo, porque Paz no le permitió que llegara á la alcoba.
A falta de otros méritos decían de él los de la casa: «Ese es de los pocos que vienen aquí de verdad». Su nombre no figuraba gran cosa en el extracto de las sesiones, pero no había empleado, periodista o tertuliano de la clase de caídos que al ver el apellido de Brull invariablemente en la lista de todas las comisiones que se formaban, no dijera «¡Ah! sí: Brull el de Alcira».
¡Ahí es nada ser ruso, esto es, ser del país del terrorismo y del bolchevismo!... Mi amigo Corpus Barga, actual redactor de El Sol en París, tuvo la debilidad de interesarse por las cuestiones rusas, y en cuanto se presentó en España, con unos bigotes caídos a la tártara, la Policía lo cogió y lo metió en la cárcel. Otro amigo mío, que quiso estudiar ruso, fue detenido a la tercera lección.
Después de los que he mencionado, vimos aparecer a un hombre como de unos cincuenta años, flaco, alto, desgarbado y tieso. Tenía como D. Quijote los bigotes negros, largos y caídos, los brazos y piernas como palitroques, el cuerpo enjutísimo, el color moreno, el pelo entrecano, aguileña la nariz, los ojos ya dulces, ya fieros, según a quien miraba, y los ademanes un tanto embarazados y torpes.
El duque no dió señales de oir. Con los párpados caídos, bufando y paseando el cigarro de un ángulo a otro de la boca, se mantuvo silencioso y guardó de nuevo la cartera después de haberla apretado con una goma. Faltan quinientas pesetas, señor duque , repitió Fayolle. ¿Cómo? ¿Faltan quinientas pesetas? No puede ser.... A ver; cuente usted otra vez. El comerciante contó.
Sobre la mesa hay un vaso con leche y unos bizcochos; de tarde en tarde Verdú se detiene ante la mesa, coge un bizcocho y lo sume en el vaso; luego se lo lleva a la boca, poniendo la muñeca casi a la altura de la frente, con el metacarpo diagonal y los dedos caídos, en un gesto de supremo cansancio.
Acordábase del furor inquebrantable y frío de aquella mujercita, que hablaba tranquilamente de la suprema venganza de los caídos, del desquite de largos siglos de opresión.
Palabra del Dia
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