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Actualizado: 2 de mayo de 2025
En el mismo instante Ogenio toca en el bolsillo á Antón para advertirle que quiere ventilar la duda que le preocupa, y éste, siempre soñando con los ladrones, sobrecógese de horror, dase por muerto, quiere huir, tropieza con su mujer y cae sobre ella; apresúrase el otro á levantarle, pierde el equilibrio y da de hocicos sobre los dos caídos; acuden, al estrépito, los demás personajes; creen que aquello es una lucha, enmaráñanse para separarlos, empújanse los unos á los otros, y al cabo y al fin caen todos amontonados sobre la desdichada mujer que grita y se lamenta medio sofocada por tan enorme peso.
Le agitaba el temblor del muchacho en vísperas de exámenes. Estudiaba en la biblioteca lo que habían dicho sobre la materia innumerables generaciones de diputados en un siglo de parlamentarismo. Sus amigos del Salón de Conferencias, todos aquellos derrotados y caídos, la bohemia parlamentaria, que le quería a cambio de papeletas para las tribunas, animábale profetizando un triunfo.
Miguel, en vez de obedecer, se puso a dar vueltas por el cuarto, observando con semblante risueño cuanto en él había. Estaba lleno de atributos taurómacos: sobre la puerta una cabeza disecada de toro; a los lados unas moñas lujosas, con los colores caídos ya por el tiempo; por las paredes algunos cromos, representando las distintas suertes del toreo; una espada y una muleta formando trofeo.
Vestía una bata grasienta ya y traía la cabeza descubierta. Pero aquella cabeza, a pesar de sus blancos cabellos, no era venerable. Las mejillas pálidas, terrosas, los labios amoratados y caídos, la mirada opaca sin expresión alguna, no reflejaban la ancianidad que tiene su hermosura, sino la decrepitud del vicio siempre repugnante y la señal de la idiotez, aterradora siempre.
Al dirigirse a casa de la señora Morfeo, el maestro creyó prudente ridiculizar la función de arriba abajo. No me extrañaría dijo que Melisa creyese que la joven que tan bellamente representa lo hace en serio, enamorada del caballero del rico traje, y aun suponiendo que estuviere enamorada de veras, sería una desgracia. ¿Por qué? dijo Melisa, alzando los caídos párpados. ¡Oh!
¿Qué? decía éste levantando los medio caídos párpados. Que te suena la cabeza. Perico abría los ojos desmesuradamente sin comprender. Sí; ya rato que la estoy oyendo sonar: hace glu, glu, como las ollas cuando hierben... ¡Qué tonterías tienes, Miguel! Te digo que sí, que te está sonando. ¡Milagro que tú no la oyes! Perico, entendiendo al fin la broma, se encerraba de nuevo en su mutismo.
Resuelto a echarlos de allí, va directamente hacia el grupo; pero de repente se detiene petrificado, con los brazos caídos... En medio del grupo, con los ojos terribles, avanza tambaleándose su hermano Juan. ¡Juan! exclama estupefacto.
Tenía el pelo de un negro azulado por lo intenso, el rostro de una palidez clorótica, los pómulos salientes, algo caídos los labios, y los ojos de un mirar despreciativo y lánguido como de heroína de novela que no ha encontrado todavía su ideal en la tierra.
Esto, en concepto de D. Peregrín, no procedía más que de la estatura. En efecto, D. Juan Casanova era hombre alto y seco, de rostro aguileño, ojos grandes de párpados caídos y mirar imponente, calva venerable, cortas patillas blancas y marcha acompasada y majestuosa.
El duque, poco a poco, y como quien de un pesado sueño recuerda, fue volviendo en sí, y por el mismo tenor la duquesa y todos los que por el jardín estaban caídos, con tales muestras de maravilla y espanto, que casi se podían dar a entender haberles acontecido de veras lo que tan bien sabían fingir de burlas.
Palabra del Dia
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