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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Guerreros, por la sangre consagrados, De inmarcesibles lauros coronados En el campo de honor; Despertad del cañon al estampido, Que hoy rememora un pueblo agradecido Que os debe de su gloria el esplendor.

Kasper, con la mano apoyada en el cañón de la carabina, parecía muy contento de su cacería, y Materne, frotándose las manos, decía: Yo estaba seguro que les traería a ustedes algo; nosotros, lo mismo mis hijos que yo, nunca volvemos con las manos vacías. En fin, ahí está.

Bajo el puente giratorio llegaban y partían las lanchas de los acorazados, dejando en los muelles flotantes las tripulaciones libres de servicio, que saludaban con escandaloso griterío el salto á tierra. Permaneció aislado el Mare nostrum mientras los obreros del arsenal instalaban en su popa un cañón de tiro rápido y los aparatos de telegrafía sin hilos.

Un cañón acababa de disparar á pocos pasos de él... Sólo entonces se dió cuenta de que dos baterías se habían instalado en su parque. Las piezas estaban ocultas bajo cúpulas de ramaje; los artilleros derribaban árboles para enmascarar sus cañones con un disimulo perfecto. Vió cómo iban emplazando los últimos.

«¡Es Álvaropensó don Víctor, y se echó el arma a la cara. Mesía estaba quieto, mirando hacia la calleja, inclinado el rostro, atento sólo a buscar las piedras y resquicios que le servían de estribos en aquel descendimiento. «¡Es Álvaropensó otra vez don Víctor, que tenía la cabeza de su amigo al extremo del cañón de la escopeta.

Educó á Herminia con perfección pero severamente. La cuidó con el celo de un artillero por su cañón.

Blasillo no se equivocaba, porque apenas había terminado de hablar, cuando un cañonazo lejano se oyó, después otro y después otro. Finalmente, advirtieron un vivo cañoneo. Eran los valientes de Massareo que destruían la otra tartana. ¡Por los santos del paraíso! exclamó el ardiente joven , ya habla el cañón.

Por encima de su cabeza flotaba el negro y colosal penacho de humo sujeto al cañón de la máquina que al disiparse en la atmósfera se partía formando mil extraños y monstruosos fantasmas. Estos fantasmas, al huir de la vía arrastrándose por el suelo, le decían también lúgubremente: ¡solo!, ¡solo!

Así es que se comprende cuál sería su estupefacción cuando, al salir de la montaña y a la orilla del bosque, vio el ruedo del pueblo arrasado como un pontón; no quedaba ni un jardín, ni un huerto, ni un paseo, ni un árbol, ni un matojo; todo lo que se hallaba al alcance del cañón había sido destruido.

Por mucho que le aguijonease el deseo de sus cuatro cuartos, no se atrevía a descolgarse del murallón, temiendo hacer ruido y que le apuntasen con el cañón de aquel arma, cuya ancha boca debía, de seguro, vomitar fuego y muerte.... Así transcurrieron diez segundos de angustia para el angelote. Antes que pudiera entrar a cuentas con el miedo, ocurrió un nuevo incidente.

Palabra del Dia

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