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Que vengan, que vengan a buscarte aquí. Como cierva herida a traición por una saeta, brincó Lucía al sonido de aquellas palabras, y abriendo los ojos y pasándose la mano por la frente, quedose de pie ante Artegui, mirando a todos lados, encendidas por súbito rubor las mejillas y clara ya la mirada y el entendimiento.

Estos seis vocales, legalmente, no han de importar ni valer más unos que otros, aunque cada cual tenga su especial cuidado y oficio. Para presidir la Junta, no quiero decir de repente lo que pienso yo, á fin de que no den un brinco de espanto los que me lean.

En aquel instante mismo, los dos navíos se abordaron. Los tripulantes ingleses que quedaban estaban en los obenques y sobre los empalletados, con el hacha a punto, el puñal entre los dientes, prestos a lanzarse de un brinco sobre el puente del brick. Un gran silencio reinaba a bordo de El Gavilán.

El último a quien vi fue Izquierdo; le encontré un día subiendo la escalera de mi casa. Me amenazó; díjome que la Pitusa estaba cambrí de cinco meses... ¡Cambrí de cinco meses...! Alcé los hombros... Dos palabras él, dos palabras yo... alargué este brazo, y plaf... Izquierdo bajó de golpe un tramo entero... Otro estirón, y plaf... de un brinco el segundo tramo... y con la cabeza para abajo...

Su fiel Iscar se revolcaba sobre la arena y mojaba sus largas crines, cuando de pronto dio un brinco y lanzó un relincho que hizo volver bruscamente a su dueño y le sacó de su ensimismamiento. En aquel momento, el cuchillo del marino se levantaba sobre el pecho del gitano; éste asió al asesino por la garganta con tal prontitud y fuerza, que no pudo ni lanzar un grito.

Sin duda eran interesantes la Metafísica aristotélica y la Suma de Tomás el divino; pero más bello era «vivir» enamorado de unos labios rojos, dormir al pie de un árbol, saludar desde la cresta de un monte la salida del Sol. Y una madrugada, Enrique Thomas, alucinado por los trinos arpados de las alondras, brincó los altos muros que circuían la huerta del seminario y huyó de Burdeos.

Tenía, pues, que ganar en la corte, grado a grado, la altura que en la ciudad ganó de un brinco. La empresa, a la verdad, era superior a las fuerzas de don Simón; pero él no lo creía así, y esto le consolaba un poco. Entretanto, se regodeaba con las distinciones que le correspondían por su investidura.

El reloj de la catedral dio las siete y media. De un brinco se puso Quintanar en pie. ¡Media hora! media hora en un minuto; y no he oído el cuarto.... Y Frígilis va a llegar... y yo no he resuelto.... Don Víctor tuvo conciencia clara de que su voluntad estaba inerte, no podía resolver.

Pero sus fuerzas estaban agotadas con tanta menuda y enfadosa ocupación, y gozaba con voluptuosidad de un corto momento de reposo, en espera del trajín del día siguiente. Caíansele ya blandamente los párpados, cuando se abrió la puerta con violencia, haciéndole dar un brinco en la butaca.

El corazón le dio un salto; él sabría por qué; y sin vacilar, apoyó los pies en la paredilla de guijarros, cubierta de musgo, que separaba el prado del arroyo, apartó las ramas, se agarró fuertemente a una más gruesa que las otras, y dando un brinco, cayó sobre el césped mullido de una muy hermosa pradera. El paisano, que encorvándose liaba un hacecillo de varas, levantó la cabeza sorprendido.