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Actualizado: 24 de junio de 2025


Cuentan los testigos presenciales de la anterior manifestación Pipaónica, que las ilustres personas a quienes el cortesano se dirigía no le dieron todo el crédito a que por sus honrados antecedentes era acreedor D. Juan. Mas, ¿por qué no hemos de admitir una versión que tanto honra al bueno de Bragas?

Siempre se le habrán cambiao en el camino pa que no te se parta á ti el corazón de envidia al ver á la tu Gallarda con el campano que han puesto á la otra probe.... ¡Viva la josticia!; ¡á la novilla de la mi vecina, que no puede con el rabo, le han puesto el segundo campano! ¡Callarvos, lenguatones! interrumpe un viejo que, de puro viejo, no puede ya con las bragas: ¿que más vos da?

-Y ¿qué se me da a -añadió Sanchica- que diga el que quisiere cuando me vea entonada y fantasiosa: "Viose el perro en bragas de cerro...", y lo demás? Oyendo lo cual el cura, dijo: -Yo no puedo creer sino que todos los deste linaje de los Panzas nacieron cada uno con un costal de refranes en el cuerpo: ninguno dellos he visto que no los derrame a todas horas y en todas las pláticas que tienen.

El marquesito alguacil recogió la llave que la presidenta le arrojó, y fue haciendo corvetas a entregársela al encargado de abrir el toril, cargo que, por cierto, se habían disputado un vizconde y el hijo del presidente del Tribunal Supremo. Sonó el clarín y saltó al redondel un torete negro, con bragas, de bonita lámina.

Concluida la guerra, pasó por su pueblo: su padre había muerto; su hermana era ya mujer y se había casado con un pariente labrador; su madre estaba tullida y enferma. Bragas había perdido su buen humor y su afición á los astros; pero no su amor á Elisico, ni el convencimiento profundo de que dos naciones se unirían contra él, y que él las vencería á las dos.

Que Pipaón visitaba casi diariamente a su antigua amiga y paisana no hay para qué decirlo. Por añadidura, el excelentísimo D. Juan Bragas había simpatizado mucho con el jesuita Gracián.

Concluiremos consagrando un recuerdo á uno de los principales héroes de este capítulo. Nuestro amigo don Pablo Bragas murió en Ateca á los noventa y un años de edad, de calenturas gástricas, debidas al doble efecto de un hartazgo de salpicón y de un constipado que cogió examinando la conjunción de Arcturus con Marte en una noche de Enero.

Como Gracián se interesaba tanto por sus amigos y quería llevar todos los beneficios posibles al seno de las familias cristianas, tomó muy a pecho la realización del casamiento de Bragas con Micaelita, proyecto de que ya hay noticias en el libro anterior.

Y aclaróseme tanto en materia de ser pobre , que me confesó, a media legua que anduvimos, que si no le hacía merced de dejarle subir en el borrico un rato, no le era posible pasar a la corte, por ir cansado de caminar con las bragas en los puños. Y movido a compasión, me apeé; y como él no podía sacar las calzas, húbele yo de subir.

¿Qué hay, señor don Pablo Bragas? Que Elisico estaba ayer jugando con unas gallinas, y les pegaba á los pollos con una caña, que á ser manejada por más fuertes manos, no les dejara con vida. "Muchacho, le dije: ¿por qué castigas á esos animalejos?" "Porque son pollos, contestó, y los quiero matar." "¿Y qué te han hecho, verduguillo." "Les estoy mandando que digan pío, y no quieren."

Palabra del Dia

vorsado

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