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Actualizado: 27 de julio de 2025
Reclinada la cabeza sobre el brazo, lloraba en silencio, expresando una pena viva y sin espasmos, un dolor tranquilo, como todos los dolores viejos que se normalizan con su monótona permanencia. Quedose absorto Juan Bou ante aquella escena, y después hizo una tras otra las preguntas vulgares propias del caso. ¿Está usted mala? ¿Tiene usted algo?
«Supongo añadió que andaremos en coche y a caballo, que tendremos buena mesa y palco en el Real». Echose a reír Juan Bou y dijo que no pensaba correrse mucho, ni hacer el oso, ni ponerse en ridículo como un indianete sin seso; que tan sólo obsequiaría a cuatro amigos, y que sin abandonar su taller, trataría de ver qué sabor tiene la sangre del pueblo.
La soledad de Isidora era cada vez mayor. Emilia y Castaño no la visitaban ya; Bou había roto con ella; Miquis iba muy rara vez. Sólo eran constantes D. José y la Sanguijuelera, que llevaba a Riquín. Joaquín Pez, cuyo trato en aquella soledad habría sido muy grato a Isidora, estaba en la Habana, desde donde le había escrito algunas cartas cariñosas.
Es verdad que Juan Bou no es un Adonis; pero no es tampoco un monstruo... Es un hombre de bien, trabajador, sencillote, y, a pesar de sus bravatas, tiene el corazón más bondadoso y tierno del mundo. Lo sé, lo sé...; pero... quita allá, por la Virgen Santísima; yo no seré su mujer.
Ofrecía su mano con verdadera intención y creencia firme de hacer un bien. ¡Si el pobre no alcanzaba más; si era un zopenco; si ignoraba con quién hablaba...! Isidora buscó rápidamente las frases más convenientes, y al fin dijo: «Señor Bou, yo le agradezco a usted mucho su proposición; yo le aprecio a usted. Es usted una buena persona.
Los botes ligeros, con sus vientres blancos y azules y el mástil graciosamente inclinado, formaban una fila avanzada al borde de la playa, donde se deshacían las olas y una delgada lámina de agua bruñía el suelo, cual si fuese de cristal; detrás, con la embetunada panza sobre la arena, estaban las negras barcas del bou, las parejas que aguardaban el invierno para lanzarse al mar, barriéndolo con su cola de redes; y en último término los laúdes en reparación, los abuelos, junto á los cuales agitábanse los calafates, embadurnándoles los flancos con caliente alquitrán, para que otra vez volviesen á emprender sus penosas y monótonas navegaciones por el Mediterráneo; unas veces á las Baleares con sal, otras á la costa de Argel con frutas de la huerta levantina, y muchas con melones y patatas para los soldados rojos de Gibraltar.
Juan Bou ha pedido ayer la mano de la hija de un herrero muy rico de la calle de las Navas de Tolosa; él mismo me lo ha dicho». Isidora meditó. La primera entrevista que tuvo con la Sanguijuelera después del atentado de Mariano fue conmovedora.
Ya faltase todo el día al taller de Bou, ya asistiese puntualmente, nunca dejaba de ir al café del Sur. A veces no estaba más que un rato, a veces cuatro o cinco horas. Se le veía solo, en blusa azul y gorra, con los codos sobre la mesa, el vaso de café delante y en la boca un puro de a cuarto, mirando las nubecillas de humo con estúpida somnolencia.
Palabra del Dia
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