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Y vino Golfín y le vio, y con su ruda bondad infundiole ánimos y la esperanza que comenzaba a perder. La dolencia no era grave; pero la curación sería lenta. «Paciencia, muchísima paciencia, y cumplimiento exacto, escrupulosísimo de lo que yo prescriba. Hay un poco de conjuntivitis, que es preciso combatir con prontitud y energía». ¡Pobre, desgraciado Bringas!

El kaiser era un hombre excelente, sus soldados unos caballeros, el ejército alemán un ejemplo de civilización y de bondad. Su marido había pertenecido á este ejército; sus hijos marchaban en sus filas. Y ella conocía á sus hijos: unos jóvenes bien educados, incapaces de ninguna mala acción.

Como yo soy ferviente admirador de Rafaela, no se ha de extrañar que vea y note cierta bondad ingénita hasta en aquella parte de su alma que la induce e impulsa hacia lo malo. Si ella peca, según se murmura, a pesar del honesto recato con que lo encubre, su pecado, en mi sentir, nace de ciertas virtudes originales, que no cómo demonios se tuercen y se ladean.

¡Ay! ¡Cuándo y dónde, encontraré un pueblo en la tierra, en que no se me mire al pecho y á los piés, como para ver si llevo cadena y bota de charol; para ver si pueden esperar de una propina; sino que se me mire á la frente y á los ojos, para ver si tengo talento y bondad con que hacer un bien á este mundo!

Don Pío Amado y don Josef Garat, mis maestros, eran dos personajes singulares; singular era su escuela, singular la enseñanza, singular todo lo que los rodeaba. Don Pío era la bondad, la benevolencia personificadas; don Josef era la intransigencia, el mal humor, y la ira misma. Reunidos, don Pío era la nota cómica del colegio, don Josef era la nota épica.

Después que la cerró, se levantó, pero se detuvo y volvió á sentarse y sacó otro papel y escribió otra carta. Aquella carta era para el padre Aliaga. Decía así, después de la indispensable cruz y de las iniciales de la sacra familia: «Ilustrísimo y excelentísimo señor inquisidor general: He recibido la carta en que vuestra excelencia ilustrísima tiene la bondad de reprenderme.

En Paris no es alto un piso tercero. Señora, no es cuestion de Paris; es cuestion de una enfermedad de que adolezco con gran pena mía ... y en resumidas cuentas, tenga usted la bondad de prevenir á sus criados que me traigan el equipaje á donde encuentre un piso principal, entresuelo, bajo, aunque sea un sótano ó una cueva.

Sólo nos toca ahora, una vez cumplido nuestro deber sagrado, volver la espalda y regresar a nuestra casa... UNA VOZ TÍMIDA. ¿Cómo? ¿Y mi Proserpinita? MARCIO. ¡Ah, ! Tenéis razón, compañero; me había expresado mal. Señores romanos, he aquí una lista detallada y exacta de nuestras mujeres; tened la bondad de entregárnoslas. Naturalmente, sois responsables, según la ley, de todo lo que...

Todos los mozos usaban el «lástico» encarnado, y verde todos los viejos, y todas las mujeres llevaban la «manta» o chal de parecido color y cruzado de igual modo sobre el pecho y los riñones; en todas y en todos abundaban el tipo rubio y la línea curva, no sin gracia, con tendencia al cuadrado hacia los hombros; todos y todas andaban, hablaban y se movían con la misma parsimonia, y en todas las caras, viejas y juveniles, se notaba la misma expresión de bondad con cierto matiz de sobresalto, como si la continua visión de las grandes moles a cuya sombra viven aquellas gentes, las tuviera amedrentadas y suspensas.

Guillermina, en aquellas grandes crisis oratorias, tuteaba a todo el mundo... Después de empujar hacia la puerta a Jacinta y a Rafaela, volviose al desgraciado, que no acertaba a decir palabra, y echándose a reír con angélica bondad, le habló en estos términos: «Perdóname que te haya tratado duramente como mereces... Yo soy así. Y no te vayas a creer que me he enfadado.