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Con poner en el otro platillo los perros grandes y chicos que me has sacado, me salvo díjole Moreno riendo y manoseándole la cara. No me hagas carantoñas, sobrinillo. Si crees que eso te vale, gran miserable, usurero, recocho en dinero repitió Guillermina con tono y sonrisa de chanza benévola . ¡Qué hombres estos!

Fuimos á continuar en el salón nuestras simpáticas efusiones, olvidando la señora de Laroque, cada vez más, el tono de benévola protección, que hasta entonces me había chocado en su conversación particular conmigo. Me confesó, que el demonio del teatro la atormentaba en alto grado, y que meditaba hacer representar comedias en el castillo. Me pidió consejos sobre la organización de esta diversión.

Escribe dos letras a Francisca para excusarte respondió la abuela con su tranquila firmeza de los grandes días. Cuando la abuela se expresa así no hay más que obedecer, y así lo hice. A las dos en punto, el señor Boulmet, tieso y atildado como de costumbre, entró en el salón bajo la poco benévola mirada de Celestina, que sospecha evidentemente algo.

El impresor, hallándole en tan benévola disposición de ánimo respecto de ellos, no quiso ser menos, y se declaró enamorado hasta los huesos de sus instrumentos.

Su fisonomía es apacible y animada, su mirada benévola y su sonrisa bondadosa. La resignada es melancólicamente trivial: mirada apagada, sonrisa triste, modo de andar frío. A diez pasos y aun de más lejos se la conoce de una mirada.

La sonrisa de D.ª Rafaela se hizo más benévola aún y más indulgente.

Y terminaban afirmando que Montesinos desahogaba su amargura y despecho blasfemando de palabra cuando se le presentaba la ocasión y publicando artículos en los periódicos y revistas de los masones. El P. Gil no sabía a qué atenerse. Inclinábase, no obstante, a esta última opinión, que conciliaba hasta cierto punto la benévola de su hermana y ciertos amigos con la mala fama que tenía en el pueblo.

Felizmente fué acogida por las autoridades esta opinión benévola, y en el año de 1587 se dió permiso formal para la representación de comedias, fundándose en el dictamen de esos célebres teólogos, aunque con las restricciones indicadas, que, á la verdad, hubieron de repetirse más tarde.

Martín los deja en plena libertad, y contempla esas locuras con la mirada benévola e indulgente de un padre. En el fondo, preferiría la calma de antes; pero son tan felices ellos, en su juventud y su inocencia, con los ojos brillantes y las mejillas encendidas, que sería un crimen turbar su alegría con observaciones molestas. Después de todo son unos niños.

El cocinero mayor, fuese por temperamento, fuese por debilidad, fuese por cálculo, vomitaba todo lo que sabía. ¡Ah! dijo el padre Aliaga, cuya fisonomía había vuelto á ser impenetrable y benévola ¿conque esa comedianta entró con el sargento mayor en casa de doña Ana? , señor. ¿Y el tío Manolillo? Se entró conmigo en una taberna de enfrente, donde almorzamos. ¿Y luego?