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Actualizado: 26 de junio de 2025


A comer, a comer dijo doña Martina. Y en el mismo instante un criado apareció con la humeante sopera entre las manos. D. Bernardo se levantó para ofrecer el asiento al coronel Bembo; pero éste, conociendo las costumbres de la casa, se guardó muy bien de aceptarlo; si el anfitrión hubiera cambiado de sitio, quizá no le sentase tan bien la comida.

¡Vamos, Bernardo, déjale ya! manifestó su esposa; y dirigiéndose después al coronel: Aprenda V., amigo Bembo; las mujeres hacen más falta en las casas de lo que a V. se le figura. No lo dudo, no lo dudo murmuró el gigante sin apartar los ojos del plato. Y si no lo duda V., picaronazo, ¿por qué no sigue V. el ejemplo de mi cuñado? Señora, no me siento aún preparado.

Tanto hubo de ser así que no faltó en aquel tiempo quien asegurase, que el precioso rizo que tenía Pietro Bembo en el principio de su ejemplar de Lucrecio, donde está la invocación a Venus, rizo que se conserva aún en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, no era de la Duquesa de Ferrara, sino de la tal donna Olimpia.

Allí explica el ingenioso, sutil y elocuente Pedro Bembo cómo se complace y cuánto goza el amante en la contemplación de la mujer amada, viéndola, oyéndola y hasta mereciendo de ella ciertos delicados e inocentes favores, entre los cuales pone el de abandonar por largo rato en las manos de él las manos de ella, y hasta el de dar y recibir, con mero contentamiento espiritual y sin sensualidad alguna, besos en la boca, a fin de que allí acudan las almas y se unan y compenetren, como cuentan que le sucedió a Platón con su amiga, que hubo de ser la linda Arqueanasa.

Al paso que Mendoza intimaba con este personaje y se hacía de sus familiares, Miguel seguía siendo nada más que uno de tantos como visitaban la casa: y aun podía asegurarse que en los últimos tiempos, sus relaciones con la generala Bembo habían traído cierto enfriamiento en todas las demás. Lucía le reclamaba casi todo su tiempo.

Pocas cosas le molestaban tanto como verse aludido en este asunto de mujeres: por eso el socarrón del coronel lo hacía siempre que hallaba oportunidad. ¡Yo!..... coronel..... ruego a V..... el matrimonio..... ¡A buena parte va V., amigo Bembo!..... Hojeda es un egoistazo..... Más de veinte veces le he querido casar, y siempre me ha dado calabazas a la novia.

Si es lícito comparar lo falso con lo verdadero y la mala copia o remedo con el original, este Secretario de Estado era, respecto al Dalai-Lama, lo que fue Pedro Bembo respecto a León X. Como quiera que sea, lo cierto es, que Morsamor y su hueste se hallaron en Lasa como por encanto.

Mucho vaciló Miguel antes de resolverse a entrar, con la camelia blanca, en la sala del Teatro Real. ¿Qué diría la generala Bembo al ver a un muchacho a quien tuvo, más de una vez, sentado en su regazo, ofrecerse como amante? ¿Se indignaría? ¿Soltaría la carcajada? ¿Lograría despertar con su admiración y fidelidad alguna ternura en el pecho de la hermosa Lucía?

Llegó el mes de julio. La generala Bembo se fue huyendo del calor a Biárritz. Miguel no la siguió al instante, porque tenía que llevar a su madrastra y hermana a Santander; pero convino con ella en ir a pasar el mes de agosto a Pasajes, donde D. Pablo había tenido el capricho en otro tiempo de edificar una magnífica casa de campo.

Bajó la escalera lentamente, de mal humor, con el alma triste y fatigada; sentía el descontento de mismo que acompaña siempre a los placeres ilícitos. ¡Qué ajeno estaría el pobre D. Pablo Bembo a que el niño que levantaba en alto con sus descomunales manos «para ver a Dios» había de ser con el tiempo quien escarneciera su nombre! Este pensamiento le causaba una desazón profunda.

Palabra del Dia

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