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Actualizado: 4 de junio de 2025


Así, el ensayo se limita generalmente á repetir las escenas más difíciles, las culminantes: todo lo demás queda encomendado á su inspiración, al artificio embaucador de las decoraciones y de la batería.

Mientras duró la confesión, y duró bastante, el P. Gil apenas pudo pensar en otra cosa. Sentíase asfixiado por aquel olor nauseabundo; acudíanle unas congojas y sudores que estuvieron a punto varias veces de privarle del sentido. Don Restituto sintió verdadera satisfacción en poder sacar a relucir su antigua batería de proposiciones teológicas.

Algunos días después vió el vecindario dos carros enrabados a la puerta de la abacería; luego vió cargar en uno de ellos las aceiteras, los barriles, los cacharros, las chucherías de la tienda, ¡hasta los estantes y el mostrador!; vió en seguida cómo en el otro carro se colocaron los colchones, las camas desarmadas, la batería de cocina..., todo el ajuar de la casa de Simón; cómo se acomodaron en un hueco dejado al efecto sobre los colchones, Juana y su niña, después de haberse restregado la primera los zapatos contra el suelo repetidísimas veces, mirando al mismo tiempo a todas partes, cual si quisiera, con alarde tan necio, dar a entender que hasta el polvo de aquel suelo la ofendía; vió la gente también cómo, después de sacar hasta la escoba, cerró Simón la puerta y se guardó la llave en el bolsillo, y luego ponerse en movimiento los carros, a los cuales seguía Simón, saludando con gravedad a cuantas personas le despedían desde lejos con un movimiento de cabeza; no vió una sola vez asomar la de Juana fuera del toldo bajo el cual iba; y vió, por último, que los dos carros y Simón, que marchaba siempre junto a ellos, después de atravesar la plaza, tomaron el camino de la villa y desaparecieron en él.

El encerramiento destos Capitanes y el ausencia de D. Alvaro desanimó mucho la gente, viendo que los enemigos podían entrar por las baterías, y dijo el Alférez Serrano, que tenía cargo del artillería á estos Capitanes, que por qué no se iban á la batería con sus soldados. Respondióle Juan Pérez de Vargas que fuese él.

Debe, pues, dejar pasar la primera batería, es decir, contar seis cañones, seis cajas y en seguida vendrá él... Es él, en efecto, envuelto en su gran capa, y es él, el primero que la ve y la reconoce. Unos momentos antes recordaba un largo paseo que hiciera con ella, al caer la tarde, hasta este terrado. Levantó los ojos hacia donde recordaba haberla visto y la encontró allí mismo.

Iba a decir te, pero fue tal la batería y lluvia que cayó sobre , que no pude acabar la razón. Yo estaba cubierto el rostro con la capa, y tan blanco, que todos tiraban a , y era de ver cómo tomaban la puntería. Estaba ya nevado de pies a cabeza, pero un bellaco, viéndome cubierto y que no tenía en la cara cosa, arrancó hacia diciendo con gran cólera: ¡Baste, no le déis con el palo!

Le vió aparecer en forma de nube, agrandóse como si fuese á desplomarse sobre la batería. Sin saber cómo, se encontró en el fondo del «abrigo», y sus manos tropezaron con el frío contacto de un montón de cilindros de acero alineados como botellas. Eran proyectiles. «Si la «marmita» alemana pensó estallase sobre esta madriguera... ¡qué espantosa voladura!...»

En aquel pasajero letargo, seguí oyendo el estrépito de los cañones de la segunda y tercera batería, y después una voz que decía con furia: «¡Abordaje!... ¡las picas!... ¡las hachasDespués la confusión fue tan grande, que no pude distinguir lo que pertenecía a las voces humanas en tal descomunal concierto.

Nada, en efecto, ayuda tanto á escrutar la vida, como la «contrafigura de la vida»; es decir, el teatro, porque sobre el escenario, ante el resplandor de la batería y entre rocas de madera y muros y horizontes de trapo, laten el amor, los celos, la ambición, la codicia, el disimulo, todas las ruindades y pasiones, en fin que riñen y se cotizan en el cruel mercado humano; que es la farándula, lector, «un mundo» abreviado ó miniaturizado, «del mundo»...

Imagináos qué haría Facundo en un terreno intransitable contra seiscientos infantes, una batería formidable de artillería y mil caballos por delante. ¿No es éste el convite del oso a la garza?

Palabra del Dia

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