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Actualizado: 14 de junio de 2025
¿Quieres creer que con tal proceder el Barón me enterneció, y cautivó en cierto modo mi espíritu? Mi estimación y mi amistad se las tenía ya ganadas por completo.
Si no me engaño, arquero, dijo el barón adelantándose después de mirar atentamente al sorprendido cautivo, acabas de hacer prisionero al noble caballero español Don Diego de Álvarez, á quien tuve la honra de ver un tiempo en la corte de nuestro príncipe.
Mas estas cualidades se contrarrestaban por un carácter débil, fantástico, sombrío, el cual le venía, sin duda, de la familia de su madre. D.ª María Gayoso, condesa viuda de Onís, hija del barón de los Oscos, era un ser original, tan excepcionalmente original que rayaba en lo inverosímil.
Apenas se había cerrado la puerta tras el barón, Amalia hizo traer la niña a su presencia. ¡Venga usted acá, señorita, venga usted acá! ¡Cuánto tiempo ya que no nos hemos visto! ¿Cómo lo ha pasado usted? ¿Le ha ido a usted bien? El barón es muy galante con las damas, ¿verdad? La niña lanzó un grito penetrante. ¡Ay mi oreja!
Cuando el barón lo montaba, y dando corcovos y alzándose de brazos salía de casa, la calle se estremecía, los vecinos se asomaban a las ventanas, los niños se refugiaban en las faldas de sus madres, todos contemplaban atónitos aquel centauro temeroso.
El Secretario Villeroy, lo propio que el Mariscal de la Force, tenían avisos de España anunciando que el Barón de la Pinilla, el mismo que había tratado de prender á Pérez en Sallent, se había puesto en camino en compañía de otros dos hombres, uno de ellos fraile disfrazado de láico.
Mientras tanto, el señor de Lerne se hallaba muy lejos de imaginarse la fiesta que le armaban. Paseose tranquilamente por el bosque, según su costumbre, y a las diez entró en su casa. Encontrose con las tarjetas de la Jardye y Hermany bajo un sobre cerrado, con estas palabras escritas con lápiz: «Venidos por asuntos personales del barón de Maurescamp.
«¿Ven ustedes? decían las miradas triunfantes de la Fandiño. Todas somos iguales». Y sus labios decían: ¡Pobre Ana! ¡Perdida sin remedio! ¿Con qué cara se ha de presentar en público? ¡Como era tan romántica! Hasta una cosa... como esa, tuvo que salirle a ella así... a cañonazos, para que se enterase todo el mundo. ¿Se acuerdan ustedes del paseo de Viernes Santo? preguntaba el barón.
Don Diego soy, repuso el caballero, y preferiría mil veces la muerte á verme hecho prisionero en una emboscada y por las villanas manos de un arquero.... Tomad vos mi espada, señor capitán. Poco á poco, caballero, dijo el barón. Sois prisionero del soldado que os ha hecho cautivo, mozo valiente y honrado.
Por fin levantó el francés su arma para descargar un tajo decisivo, pero aquel momento bastó para que el barón descubriera un punto vulnerable en la armadura del contrario, y pronta como el rayo se clavó su espada en el brazo del francés, en la unión de aquél con el hombro. Poco profunda fué la herida, pero bastó para hacer brotar la sangre, que trazó roja línea sobre el bruñido peto.
Palabra del Dia
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