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Actualizado: 14 de junio de 2025
Tendremos que orzar muy pronto y en cuanto lo intente empezará el pobre Galeón á embarcar agua. ¡Que llamen enseguida á Sir Oliver! gritó el barón. Poco después llegaba á popa el obeso caballero, resbalando á cada paso, agarrándose á la borda, á las drizas y á cuanto se le ponía á mano, abotargado el rostro y maldiciendo su suerte.
Conviene que esos corsarios tomen al Galeón por un barco mercante de Southampton que huye al descubrir sus naves. ¡Allí están! ¿No lo dije yo? exclamó el capitán volviendo apresurado junto al barón después de transmitir su orden.
Motivos me habéis dado para no dudarlo, querido barón, dijo el famoso guerrero con gran risa. Pero venid, y entren también vuestros escuderos. No quiero privar á mi amada compañera del placer de ver en vos á un modelo de nobles, aunque inglés, y á un guerrero famoso.
También lo ví á él, Cabeza Negra, en medio del combate. Es un gigante con la fuerza de seis hombres y los crímenes de sesenta sobre la conciencia. Sólo á un bárbaro como él se le ocurriría entrar en combate con dos infelices colgados de las vergas de su buque. ¿Los véis? Así es en efecto, replicó el barón.
Pareció bien esta idea: aprobóla la vieja; y sin decir palabra á Cunegunda, se puso en execucion mediante algun dinero: teniendo así la satisfaccion de jugar pieza á un jesuita, y escarmentar la vanidad de un baron aleman.
¡Hija del alma! dijo el Barón con tan profundo acento y con tantas apariencias de estar convencido, que sin duda empezó desde aquel punto a dar por cierto y por evidente lo que de improviso había imaginado.
No creo poder salvarlos á tiempo, rugió el capitán aferrado al timón. ¡San Cristóbal nos valga! Pues en tan gran peligro estamos, quiero que ondee mi pabellón sobre cubierta, dijo el barón tranquilamente. Id á buscarlo, Roger, y clavadlo aquí.
Subió de dos en dos los escalones de la casa de Rafaela, y brincándole aceleradamente el corazón en el pecho, llamó a la puerta. El Barón de Castell-Bourdac, que acababa de llegar, fue quien le abrió. El espanto y el dolor estaban pintados en su cara. Rafaela ha muerto, dijo, y lloró como un niño. Grande fue también la pena y el horror del Vizconde.
Verdaderamente, parece que una mujer puede ser feliz con menos. Pero en fin, confesarase que es difícil rehusar cuatro millones cuando se ofrecen. Así, pues, en 1870 el barón Maurescamp ofreció seis o siete a la señorita Latour-Mesnil por intermedio de una amiga que había sido su querida, pero que era una buena mujer.
En aquel momento llegaron á la puerta el barón, Gualtero y los dos soldados y echaron pie á tierra; mas apenas oyó el desconocido sus voces y la lengua en que hablaban, enfureciósele el rostro y arrojando con fuerza al suelo el plato de nueces empezó á dar voces desaforadas llamando al hostalero.
Palabra del Dia
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