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La casa etrusca de antes era de un piso, con un terrado de baranda, y el techo de aleros caídos. Pintaban en las paredes sus fiestas y sus ceremonias, con retratos y caricaturas, y sabían dibujar sus figuras como si se las viera en movimiento. La casa de los romanos fue primero como la de los etruscos, poro luego conocieron a Grecia, y la imitaron en sus casas, como en todo.

Torrebianca no pudo ocultar su sorpresa ante la mirada inquietante de tantos ojos fijos en su persona. Luego se dió cuenta de una impopularidad que juzgaba inexplicable, y acabó cerrando las vidrieras con triste altivez. Pasados algunos minutos abrió Sebastiana la puerta de la casa, apoyándose en una baranda de la galería exterior.

Hacía ya más de 30 minutos que se encontraban en marcha, cuando atravesaban con bastante velocidad un puente muy largo, y sin baranda, en el medio del cual la cigüeña sufrió un choque terrible; todos cayeron unos encima de otros, y el que guiaba la máquina lanzaba lastimeros ayes; la cigüeña se había detenido en su marcha.

Una ligera tos le hizo volver la cabeza, y vio junto a él, apoyada en la baranda, a Mrs. Power, su vecina del comedor. Un tul verde cubría la desnudez de su escote. Llevábase a la boca el cabo dorado de un cigarrillo, y un surtidor de humo partía de sus labios, tomando reflejos de iris bajo el resplandor eléctrico antes de perderse en la obscuridad.

Apenas se hubo apoyado en la baranda para escuchar, vio que un cuerpo se aproximaba a él, velando la luz del sol, y oyó una voz enérgica que recortaba duramente las palabras.

Por esta puerta salí a un largo balcón o «solana», de madera encajonada entre dos «esquinales» o mensulones de sillería, llamados también «cortafuegos». En el de mi derecha resaltaba el grueso y tallado canto de un escudo de armas, cuyo frente no podía ver por lo que sobresalía el esquinal de la baranda del balcón.

Lubimoff permanecía inmóvil, acodado en la baranda, con la mandíbula en una mano, como si no viese este río encajonado de hombres deslizándose más abajo de sus pies. Los ruidosos marineros, al alejarse, volvían la cabeza, repitiendo sus gritos y saludos, como si quisieran despertar á esta figura humana, rígida y adherida á la balaustrada lo mismo que si formase parte de su ornamentación.

Usted puede bajar, si gusta; lo que es mi marido no se mete ahí, y tiró de valerosamente hácia la plaza de la Concordia. Mi hombre no se atrevió á habérselas con una señora, y tuvo que capitular, bien á pesar suyo. Si mi mujer no se convierte en casa de asilo, me coge y me empaqueta en la máquina de cristal, como me llevó casi en vilo á colocarme sobre la baranda del Panteon.

Se oyó un estrépito formidable; y no quedó nada, lo que se llama nada, sobre la mesa, porque los cinco palos fueron a estrellarse en la cara de Maravillas; la bola de Leto saltó tras ellos, con diferente rumbo por suerte de Tinito el sabio; y las otras dos, por haber chocado la del Ayudante con el mingo que estaba en cabaña, desaparecieron en las troneras, después de rebotar unos instantes de baranda en baranda, como si las persiguieran centellas.

De vez en cuando estremecíase con violentos sobresaltos, lo mismo que si una mano invisible le cosquillease en la nuca. Cogida a la baranda, echaba el busto atrás, y luego se aproximaba a ella hasta tocarla con el pecho. Con esta gimnasia nerviosa acompañaba su charla y disimulaba un deseo de extender los brazos y desperezarse.