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Limitémonos a indicar el hecho sin tratar de analizarlo, y veamos lo que hizo Currita aquella tarde en casa de la duquesa de Bara. Esta se había incorporado en su asiento, y Currita llegó hasta ella, saludando a derecha e izquierda, al son del himno de doña María Victoria, siempre con su cándida risita: ¡Gracias! ¡Gracias, amado pueblo!

Y mirándose en el espejo, se arregló con sumo cuidado un rojo ricito que con gran prudencia encubría sobre su frente una manchita de pecas. La duquesa de Bara, cansada de aguardar, llegó en busca de la perezosa. ¿Pero, Curra, qué haces?... ¡Mira que la reina estará aguardando!... ¡Vamos, vamos, Beatriz!... Parece que no conoces a la señora: las doce nos darán sin salir de la cámara.

Dióle Currita cariñosamente en el hombro con el abanico, murmurando: C'est drôle; saludó con una monísima cabezadita al amplio círculo de sus ilustres amigas y dejóse llevar suavemente por la Butrón al lado opuesto, sentándose, al fin, junto a la duquesa de Bara y las dos ministras.

La duquesa pescó al vuelo la indirecta, y contestó tan sólo con una sonrisa que encubría este pensamiento: ¡Estás fresca!... ¡Cualquier día te cobras, endosándome a la niña por nuera!... ¡Una duquesa de Bara, née López Moreno! ¡Dios nos asista! Currita, por su parte, guardaba aquella tarde un solemne silencio, hijo de una rabieta de dos mil demontres que le bailaba por dentro.

De repente, recobró su cortesana sonrisa, su continente señoril y aparatoso: entraba la duquesa de Bara, otra de las citadas, antigua amiga suya, aunque no de tan añeja fecha, de quien la maledicencia se había ocupado muchos años atrás y se solía ocupar aún de cuando en cuando.

Y es natural había dicho una noche la duquesa de Bara . Curra está ya muy fanée, y Jacobo no es ningún Juanito Velarde que se mantenga con un destinillo de veinte mil reales. Mientras tanto, Leopoldina Pastor entraba en la platea de Carmen Tagle, y besándola en ambas mejillas, decíale al oído: Vengo huida... ¡Mujer!... ¿Quién te persigue?

Porque era el caso que habían circulado por ciertas casas privilegiadas de la alta sociedad madrileña unas lindas tarjetas litografiadas, en que la marquesa de Villasis anunciaba a sus numerosos amigos que abría las puertas de sus salones, y fijaba como día de recepción ¡aquí estaba el busilis! el mismo fijado por Currita: ¡los viernes!... La noticia llegó a casa de esta un miércoles por la noche, estando presente tan sólo la duquesa de Bara, Carmen Tagle, Leopoldina Pastor y la Valdivieso; algunos señores mayores jugaban al tresillo, y en la sala de billar oíanse a lo lejos los secos golpes de las bolas y los tacos.

Dos quadros iguales, de Josef de Riuera de Job y San Gerónimo, de dos baras de largo poco más o menos. Vn quadro de san Seuastian, con su marco dorado, de tres quartas de alto. Vn Retrato del Rey de Francia que oy es , medio cuerpo, con su marco dorado. Vn quadro en tabla, de tres quartas de alto y bara y quarta de tendido, pintado nra. señora, el niño y algunos santos.

La duquesa de Bara contestó una indecorosa paparrucha, mirándole con desprecio; las señoras se echaron a reír, y Currita exclamó muy admirada: ¿Pero es ese Jacobo?... ¡Dios mío! Si me estaba pareciendo desde aquí Byron en persona, mi poeta querido... ¡Qué semejanza tan exacta!...

El pobre viejo dejó caer entonces los brazos abatidos, bajó tristemente la cabeza, y entróse en la capilla murmurando: ¡Oh Virgen del Recuerdo dolorida! ¿Se acordarán de ti? Era aquella misma tarde poca la animación y escasa la concurrencia en el fumoir de la duquesa de Bara.