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Y en efecto, así que entró en el salón, comenzó a dirigirse a las muchachas gritando con voz de falsete: Hola, Rosarito, ¿dónde has dejado a Anselmo? Ya sabemos que todas las noches a las diez le tiras una cartita por el balcón. ¡Pero, don Jaime! exclamaba la niña mirándole con sorpresa. ¿Usted cómo viene así? ¡Diablo! Ya me ha conocido decía el buen Marín alejándose.

Asomábanse al balcón; de repente, una, por hacer algo, corría a la sala, y todas la seguían con alegre taconeo, riendo, formando parejas, hasta que al poco rato iniciábase la fuga en sentido opuesto, y el gracioso trotecillo las devolvía otra vez al espectáculo de la plaza. Un olor punzante de aceite frito impregnaba el ambiente.

Al llegar al extremo de la calle sentí la necesidad imperiosa de verla otra vez, y di la vuelta, no sin percibir cierta vergüenza en el fondo del corazón, pues ni mi edad, ni mi estado, me autorizaban semejantes informalidades; mucho menos tratándose de tal criaturita. Ya no estaba en el balcón.

Al pie del balcón se sucedían de hora en hora los músicos ambulantes, cantando voluptuosas barcarolas y serenatas de amor. ¡Y ella no vino! El segundo día fué de plata y desesperación.

Y en esto miraba al balcón de su suegra, echando todo el desaliñado busto fuera de la balaustrada. Tremontorio no hacía más que contemplarla por debajo de sus cejas grises, pero, ¡qué celajes de su mirada!

Escuchó largo tiempo y no oyó otra cosa que el lamento dulce y melancólico de los sapos que cantaban al borde del camino. Descendió de su observatorio y llegó a gatas hasta el balcón, tan pronto bajando la cabeza para no ser visto, tan pronto levantándola para ver y oír. Volvió al sitio de donde el miedo le había arrojado y se aseguró de que Honorina dormía aún.

Era la Marquesita, que desde el balcón del ganadero de cerdos, indignábase contra aquella gentuza, antipática por su ordinariez, que osaba amenazar a las personas decentes. Sólo unos pocos levantaron la cabeza: Los demás siguieron adelante, insensibles a la ridícula agresión, deseando llegar cuanto antes al encuentro de los amigos.

Ninguna frase de todos los idiomas de la tierra hubiera podido ser tan elocuente como aquel sonrojo. En seguida salieron al despacho, sin hablarse. Cuando él se marchó, Paz corrió hacia su cuarto, se acercó a un balcón y, levantando un poco el visillo, le vio desaparecer tras los troncos de los árboles del paseo.

Mientras se despedía, yo había salido al balcón y allí me encontró Valentina que regresaba de saludarlo. Sabe, Julio me dijo, que lo noto muy triste y reservado conmigo hoy, ¿qué tiene? En efecto le contesté, como tomando una actitud resuelta. Estoy triste y reservado.... ¿Puedo yo saber la causa de su tristeza y el objeto de la reserva?....

Dejándole plantado en medio de la calle, dirigiose a la puerta del palacio. El gran sobresalto de su alma crecía a cada paso. ¡Oh! Sin duda, su abuelita la esperaba con igual ansiedad. Hasta llegó a imaginar que estaría en un balcón esperándola. Miró y no había nadie.