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Actualizado: 26 de junio de 2025
Las siguientes palabras de Víctor Hugo parecen escritas en la Pampa: «No podría combatir a pie; no hace sino una sola persona con su caballo. Vive a caballo; trata, compra y vende a caballo; bebe, come, duerme y sueña a caballo.» Salen, pues, los varones sin saber fijamente adónde.
Sospecho que el ilustre Juan María Farina, inventor del agua tan famosa, viendo que no habia esperanza de que Colonia se limpiase y purificase, resolvió fundar allí de preferencia su establecimiento como un sistema de compensacion muy oportuno. Por lo demas, es imposible llegar á Colonia sin comprar un frasco siquiera de su agua preciosa, sin perjuicio de la que uno se bebe en los hoteles.
Pues ya verá V., caballero lo que sucedió dijo el hombre, siguiendo su historia mientras caminábamos hacia el cadalso. Me mandó a llamar muy tempranito, y yo me planté en la cárcel por el aire. Antes de entrar a verle, me obligaron a quitarme la ropa. Los grandísimos puercos tenían miedo que le trajese algún veneno. Querían a toda costa verle en el palo. Para registrarme me pusieron en cueros vivos y me trataron como a un perro... ¡Mala centella los mate a todos!... Pero, después de muchos arrodeos, no tuvieron más remedio que dejarme entrar... «¡Hola! ¿Estás ahí, Miguelillo? me dijo en cuanto me vio. Acércate y agarra una silla. Tenía ganas de verte antes de tomar el tole pa el otro barrio». Estaba fumando un cigarro de los de la Habana y tenía algunas copas delante. Había tres o cuatro personas con él, entre ellas el cura. «Acércate, hombre, y bebe una copa a tu salud, porque a la mía es como si no la bebieses. Aquí todos han trincado esta mañana, menos el pater, que se empeña en no probar la gracia de Dios». Bebí la copa que me echó, y hablamos un ratito de nuestras cosas. Yo no me cansaba de mirarle. Estaba tan sereno como V. y yo, caballero. Paecía que era a otro a quien iban a dar mulé. «¿Verdad que no estoy apurao, Miguelillo?... Eso hubieran querido los mamones de la cárcel, pero no les he dao por el gusto... ¡Anda, que se lo dé la perra de su madre!... Aquí el pater también me predica, pero es muy hombre de bien, y por ser muy hombre de bien le he servido en todo lo que hasta ahora ha mandao». Y era verdad, porque había confesao y comulgao sólo por el aprecio que le tenía. Cuando estábamos hablando entró un hombre pequeño, trabao y con las patas torcidas, y acercándose a la mesa le preguntó: «Oye, Francisco, ¿me conoces?»
Y entonces sí que está lindo Bebé, a la hora de acostarse con sus mediecitas caídas, y su color de rosa, como los niños que se bañan mucho, y su camisola de dormir: lo mismo que los angelitos de las pinturas, un angelito sin alas. Abraza mucho a su madre, la abraza muy fuerte, con la cabecita baja, como si quisiera quedarse en su corazón.
La Pacha-Mama es una diosa benéfica que está en todas partes y lo sabe todo, resultando inútil querer ocultarle palabras ni pensamientos. Representa la madre tierra, y todo arriero que no es un desalmado, cada vez que bebe, deja caer algunas gotas, para que la buena señora no sufra sed.
Estaba en un mundo nuevo y las mujeres de la ciudad, aquellas que él trataba en las tertulias caseras, le parecían seres de otra raza, viviendo lejos, muy lejos, en otro extremo de la tierra, de la que le separaba la inmensa sábana de agua. Vamos, señor testarudo; habrá que tratarle a usted como a un bebé.
¡Y cómo no, señora! respondió el cubano poniendo otra vez los ojos en blanco y con afluencia admirable. ¿No he de tener deseo de ver a mi paí, lo sitio donde se han deslisado lo año de mi infansia? ¿No he de tener grabado en mi corasón aquello paraje tan delisioso, aquella naturalesa tan rica? ¿No he de apetesé encontrarme otra ves en medio de aquella selva vírgene, bajo un sielo siempre asul, y bebé el agua del coco y comé la piña y el plátano y la guayaba?
Bebe esa copa á la salud de tu niña. Velázquez tomó la copa y dijo gravemente: Y á la de la tuya, máscara. ¡Oh! La mía no vale un comino al lado de Soledad ¡Vaya una mujer castiza!... En tu caso no envidiaría ni al arcángel San Rafael. ¿Por qué les daba á todos ahora por elogiar á Soledad? Si era hermosa, otras había como ella: no era para tanto.
La tierra cantaba de alegría con un goloso glu-glu que les llegaba al corazón á todos ellos. «¡Bebe, bebe, pobrecita!» Y hundían sus pies en el barro, yendo encorvados de un lado á otro del campo, para ver si el agua llegaba á todas partes.
Esta vez Bebé no va solo a París, porque él no quiere hacer nada solo, como el hombre del melón, sino con un primito suyo que no tiene madre.
Palabra del Dia
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