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Actualizado: 20 de julio de 2025
Era flaco, y de nariz muy larga, y la ropa se le caía del cuerpo, y no tenía más poder que el de su corazón; pero de casa en casa andaba echando en cara a los encomenderos la muerte de los indios de las encomiendas; iba a palacio, a pedir al gobernador que mandase cumplir las ordenanzas reales; esperaba en el portal de la audiencia a los oidores, caminando de prisa, con las manos a la espalda, para decirles que venía lleno de espanto, que había visto morir a seis mil niños indios en tres meses.
En suma, dudo que hubieran ustedes podido encontrar a otro igual a este tendero pagano entre los cristianos de su clase en San Francisco. Algunas personas más había allí. Un juez de la Audiencia Federal, un oficial superior del Gobierno, un rico comerciante y un editor.
Jefe de la Policía Nacional. Jefe de la Marina Nacional. Presidente de la Academia de Ciencias. Presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País. Decano del Colegio de Abogados. Presidente de la Cámara de Comercio. Presidente de la Asociación de la Prensa. Presidente del Banco Español de la Isla de Cuba. Presidente de la Audiencia de la Habana. Rector de la Universidad.
Anoche... ¡pasaron tantas cosas...! el padre Aliaga estuvo en audiencia particular con sus majestades... don Francisco de Quevedo anduvo enredando por el alcázar... ¡Ah! no enredará más. He dado orden de prenderle y en cuanto me avisen de haberle preso, le envío bien asegurado al alcázar de Segovia.
En uno de los volúmenes de la obra Memorias de los virreyes se encuentra la Relación de su época de mando, escrito que entregó a la Audiencia para que ésta lo pasase a su sucesor don Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar. La pureza de dicción y la claridad del pensamiento resaltan en este trabajo, digno, en verdad, de juicio menos sintético.
En estos apuros se manifestó el celo del tesorero D. Salvador Parrilla, dando de contado 2.000 pesos de sus propios intereses, para que se acuartelasen las milicias, y se previniesen municiones de guerra, entre tanto se daba parte á la Audiencia, para que deliberase lo que tuviese por conveniente.
Como en la Audiencia, en todos los balcones de la carrera, después de pasar la procesión y haber contemplado y admirado la hermosura y la valentía de la Regenta, se murmuraba ya y se encontraba inconvenientes graves en aquel «rasgo de inaudito atrevimiento». Foja en el Casino, lejos de Mesía y don Víctor, decía pestes del Magistral y la Regenta. «Todo eso es indigno.
Oigan ustedes este golpe: Un día dije: 'Voy a ver a D. Amadeo'. Pido mi audiencia, llego, entro, me recibe muy serio. Yo imperturbable, le hablé de mi asilo y le dije que esperaba algún auxilio de su real munificencia. ¿Un asilo de ancianos? me preguntó. 'No señor, de niños'. ¿Son muchos?. Y no dijo más. Me miraba con afabilidad. ¡Qué hombre!, ¡qué bocaza!
El rey le daba audiencia, y hacía como que le tomaba consejo; pero luego entraba Sepúlveda, con sus pies blandos y sus ojos de zorra, a traer los recados de los que mandaban los galeones, Y lo que se hacía de verdad era lo que decía Sepúlveda.
Pero además de las Novenas tenían las almas piadosas otras muchas ocasiones de alabar a Dios y sus santos, en solemnidades tan notables como las fiestas de Pascua y las de Cuaresma, especialmente en los Sermones de la Audiencia, pagados por la Territorial todos los viernes de aquel tiempo santo y de meditación, según Cármenes.
Palabra del Dia
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