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Actualizado: 10 de junio de 2025
Y para más aturdirse, para olvidar la pena que le roía el alma fue más allá de lo que la prudencia aconsejaría a una mujer en su caso. Lanzose a una vida de placeres ruidosos; teatros, paseos, partidas de tresillo, tiendas, modistas, cenas a última hora con sus flamantes amigas y adláteres. Estas no la dejaban ni de noche ni de día.
Don Melchor no quiso convenir en ello: discutió, gritó, se enfureció. Se conocía, no obstante, que deseaba aturdirse. Las razones de Gonzalo le trabajaban en el alma y se la llenaban de amargura. Últimamente, ya se batía en retirada. Pedía tan sólo que se aplazase el lance; que se fuese a viajar una temporada, y si a la vuelta persistía en batirse, lo hiciese.
Frasquito, que estaba agitadísimo después de la reyerta con su suegro, experimentó la necesidad de bailar, quizá para aturdirse, y bailaba con Isabel. El señor Rafael trincaba con el maestro carpintero en un rincón, mientras en otro, una joven casada, cuyo marido no estaba allí, contaba sus desazones domésticas y pedía consejo á Paca la de la Parra.
El joven repetía con obstinación su frase, como el que, acostado, masculla sin cesar la misma oración para aturdirse y coger el sueño; y poco a poco, como hipnotizado por la brillantez del paisaje, fue sumiéndose en un limbo de quietud contemplativa.
Ella se lo agradecía y, como en tiempo antiguo, procuraba aturdirse, no pensar en los peligros de aquella amistad; y lo conseguía mejor que antes. «Mi salud, pensaba, exige que yo sea como todas: basta para siempre de cavilaciones y propósitos quijotescos y excesivos: quiero paz, quiero calma... seré como todas.
No quería, no quería pensar, y se hincaba las uñas en la frente para aturdirse, agitaba los brazos en las tinieblas, resoplaba con furia como un hombre enajenado por el terror; pero la cavilación era cada vez más inexorable, más elocuente, más honda.
La madre, sin dejar de quererlas, se cansaba pronto, sus lloros la impacientaban, y cuando trataba de hacerlas callar no sabía; concluía por aturdirse y sofocarse. De aquí que en sus necesidades, en sus anhelos infantiles no clamasen más que por titta. Alguna vez, Ventura, herida por esta preferencia, celosa, las forzaba a aceptar sus oficios, las retenía a su pesar al lado de ella.
El duque acabó de aturdirse, y como siempre que esto le acontecía, mandó llamar á su secretario. Pero antes de que éste llegase, tuvo gran cuidado de guardar en su ropilla la carta de la duquesa de Gandía. A poco entró en el despacho del duque un hombre como de treinta á treinta y cuatro años.
Se esforzaba por parecer alegre, intentaba aturdirse, abrumando a su amante con una charla graciosa y ligera; pero de repente se abandonó, no pudo más, y en mitad de una caricia rompió a llorar, cayó en un diván agitada por los sollozos. ¿Qué tienes? ¿Qué ocurre?...
Tuvo miedo de vivir en aquella casa sin Feli. Sentía el terror de los que pierden a un ser querido y no osan penetrar en la mortuoria habitación. ¿Qué iba a hacer solo en aquel extremo olvidado de Madrid, entre las gitanas que le recordarían a la amante?... Necesitaba ver gente nueva, aturdirse, olvidar su tristeza. Aquella noche volvió a la redacción, después de una ausencia de tantos meses.
Palabra del Dia
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