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Actualizado: 22 de junio de 2025
El campo, cubierto de escarcha, tenía un aspecto encantado. Juno, extremadamente pálida, estaba tan linda con su traje blanco que no me cansaba de mirarla. Y la comparaba a aquella naturaleza fría y espléndida que ataviada con brillante blancura, parecía haberse puesto al unísono de su belleza. Después de almorzar subió a su cuarto para cambiar de vestido.
Así ataviada, y en todo semejante a una avispa, la gentil muchacha anduvo largo rato por un pasillo, hasta que, viendo a don Quintín sentado bajo el mechero de gas y enfrascado en la lectura, se le acercó y le dijo, aludiendo al periódico que tenía en las manos: Si ve usted en los anuncios que alguien busque casa para vivir en compañía, dígamelo usted, que tengo un gabinete muy mono.
Enfrente de donde nos hallábamos sentados, pendía de la pared un retrato de busto de mi madre, ataviada según la moda del segundo Imperio. A pesar de la luz que por momentos iba apagándose, el retrato se destacaba muy bien, y se acentuaba en su rostro la inefable dulzura que el pintor había sabido reproducir fielmente. No sé cuánto tiempo permanecimos en silencio.
El licor que en lo sucesivo se llevaría á los labios, tendría que ser seguramente rico, delicioso, vivificante y en pulido vaso de oro; ó de otro modo produciría una languidez inevitable y tediosa, viniendo después de las heces de amargura que hasta entonces había apurado á manera de cordial de intensa potencia. Perla estaba ataviada alegremente.
Evidente es asimismo que Boscán y Garcilaso, importando en España la métrica y el modo de poetizar de los italianos, prestaron poderoso impulso y nuevo aliento a la literatura de su patria sin hacerle perder su originalidad castiza, sino suministrándole nuevos moldes de donde pudo salir y salió mejor ataviada y más limpia, refulgente y hermosa.
¡Ah! ¿Para hablar de mí?... Pues mira, de aquí en adelante no hables de mí. Basta con que me quieras. Los criados, que por allí andaban, los miraban con el rabillo del ojo y se hacían guiños maliciosos. Al salir tropezaron con Pepa Frías. La frescachona viuda estaba muy bien ataviada: había oído infinitos requiebros.
Y Charito se puso a charlar, loca de contento, encantada por haber llevado a buen término una obra que significaba, según ella, la felicidad de sus dos mejores amigos. Raquel sintió que con Charito había entrado, ataviada de alegres apariencias, para posesionarse de Adriana, la inevitable realidad.
Cuando el criado le echaba por fin sobre los hombros el capotillo de negro terciopelo atrencillado, una dueña vino a decirle que Beatriz subía las escaleras, y que, no estando ataviada aún doña Guiomar, era necesario entretener a la visita. ¡Ah! ¡cómo viene hacia mí! exclamó Ramiro para su coleto; y dando un último toque a sus cabellos, salió de la estancia.
Así como estaba, espléndidamente ataviada, con sus ojos azules y profundos, que brillaban de emoción, y las mejillas de leche y rosas levemente coloreadas, era una figura de singular belleza, que ofrecía muchos puntos de semejanza con la Virgen rubia de Murillo que vemos en el Museo de Madrid.
Una mujer de media edad, gruesa, de fisonomía simpática, vestida de negro y ataviada la cabeza con el característico pañuelo de seda, escribía en un libro viejo de comercio sobre el mostrador. ¿Don Ricardo Vázquez? La mujer alzó la frente y clavó en Elena una larga mirada escrutadora. Aquí vive, si señora respondió con esa gravedad peculiar de la raza vasca. Desearía verle.
Palabra del Dia
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