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Al cuerpecito de una niña presumida y muy ataviada lo llamó colmena de Lucifer, cuya miel endulza el veneno, y de donde salen las abejas y los zánganos de punzantes aguijones, o sea un maldito enjambre de vicios, pecados y sandeces.

Su renombrada catedral, una de las mas bellas de Europa, es majestuosa, gallarda, elegante; ataviada con el manto gótico que sus arquitectos la vistieron, se presenta al espectador con todo el interes de un monumento del arte. Las Huelgas, célebre monasterio, fundado por Alfonso VIII, llama tambien la atencion del que viaja para estudiar.

Si esto pensaba cuando la doncella y peinadora la estaban vistiendo, luego que se vio totalmente ataviada y pudo contemplarse entera en el gran espejo del armario de luna, quedó prendada de misma, se miró absorta y se embebeció mirándose, ¡tan atrozmente guapa estaba!

Fué entusiasta admiradora de los toros. Por milagro dejaba de asistir a una corrida desde su palco, ataviada con la consabida mantilla blanca y los consabidos claveles rojos. Y discutía las suertes, y fulminaba censuras, y tributaba aplausos, y era tenida entre los aficionados por acérrima y fervorosa lagartijista.

Tan magníficamente lucía aquella criaturita ataviada de esa suerte, y era tal el esplendor de la propia belleza de Perla, brillando al través de los trajes vistosos que habrían podido apagar una hermosura mucho menos radiante, que puede decirse que en torno suyo se formaba un círculo de fulgente luz en el suelo de la obscura cabaña.

Ya la señorita está ataviada: un traje primoroso realza su figura: primor sobre primor. «Está elegantísima», observa la señora al esposo. «, , dice éste, muy elegante, muy linda». Y recordando las palabras de un pedagogo argentino agrega: «Pero hay que ser también «paqueta» por dentro: que a la figura elegante no corresponda un espíritu deforme». La señora confía en que la niña será siempre muy buena. «Es nuestra hija», termina. «Es verdad, asiente el padre conmovido ; será buena, porque es nuestra hija».

Isidora las miró bien; pero iba ella, a su parecer, tan mal, con tan innoble traza, que de buena gana se hubiera escondido para no ser vista de las otras. Porque la de Rufete, pobre y mal ataviada, se consideraba fuera de su centro. Su apetito de engrandecerse no era un deseo tan sólo, sino una reclamación.

Aumentaba mi júbilo el placer de estrenar un vestido como jamás había usado, y así que estuve ataviada, me contemplé largo rato en silenciosa admiración. Y en seguida me eché a brincar y saltar en un acceso de exuberante felicidad, y en un corredor, casi, casi, doy a mi tío contra el suelo. ¿A donde vas así, sobrina?