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«Dadme un pueblo sajón, decía, y seré liberal». Más adelante fue liberal sin que le dieran el pueblo sajón, sino otra cosa que no pertenece a esta historia. Era alto, grueso y no mal formado; tenía la cabeza pequeña, redonda y la frente estrecha; ojos montaraces, sin expresión, asustados, que no movía siempre que quería, sino cuando podía.

»¡Angélica! ¡Angélica mía, vuelve en ti! ¡ digna de tu padre y de tu amigo! Vive para Adela y por mi memoria... Pero habla sin ser oído. Los besos que deposita sobre sus ojos no la vuelven a la vida. Por fin los separan; el tambor cesa de batir, la escolta se detiene. Mi madre ha vuelto en ; sus ojos se abren asustados y se pasean sobre todo lo que la rodea.

Asustados de su audacia y viendo cada vez más lejano el término de la excursión, emprendieron el regreso a Sevilla lo mismo que habían venido; pero desde entonces tomaron gusto a los viajes a escondidas en el ferrocarril. Dirigíanse a pueblos de poca importancia en las diversas provincias andaluzas cuando oían vagas noticias de fiestas con sus correspondientes capeas.

De ellos los había patizambos, que corrían como asustados palmípedos; de ellos, derechitos de piernas y ágiles como micos o ardillas; de ellos, bonitos como querubines, y de ellos, horribles y encogidos como los fetos que se conservan en aguardiente.

Aleteaban en los extremos más sombríos las aves negruzcas que descendían de noche al templo por los agujeros de la bóveda. Como puntos fosfóricos brillaban en la obscuridad los ojos de los mochuelos. Los murciélagos, asustados por la luz, volaban torpemente, rozando con sus alas las caras de los dos jóvenes.

Algo habría también de su alma en las espigas del trigo, en las amapolas que goteaban de rojo los flancos de oro de la mies, en los pájaros que cantaban al amanecer cuando el rebaño humano iba hacia el tajo, en los matorrales del monte, sobre los cuales revoloteaban los insectos asustados por las carreras de las yeguas y los bufidos de los toros.

Cuando el día era gris, el mar espumeante, el cielo bajo y la atmósfera brumosa, se esparcían y encabritaban como un tropel de corderos obscuros y asustados.

Así pudieron los barberos continuar tranquilamente el rasuramiento de Edwin, dejando caer sus proyectiles de espuma densa, que al esparcirse sobre la tierra hacían saltar inquietos y asustados á los corceles de los guardias. Cuando dieron por terminada esta operación, se dedicaron al corte de los cabellos del gigante, trabajo más rudo y peligroso.

Desde lejos percibiréis el olor del mole que hierve en grandes cazuelas, y os dejarán aturdidos el incesante vocerío de los vendedores, el gritar de los chicos, y el cantar báquico de los artesanos que han cogido la «zorra». Los habitantes del pueblo, indígenas viciosos y haraganes, ven invadidas sus casas por la multitud, y los indizuelillos andan asustados en los cafetales o se asoman a través de los vallados de hierba para mirar a los transeúntes.

Se que vivis muy retirado y que tratais muy rara vez con los hombres vuestros semejantes; se que vuestra soledad es tan severa como la de un prudente anacoreta; iy que no es tan santa! ?Y quienes son los que estienden estas voces? Mis hermanos en Dios, los paisanos asustados, vuestros propios vasallos que observan vuestra inquietud. Vuestra vida corre el mayor peligro.